miércoles, 30 de enero de 2013

LOS MIEDOS DE LOS GAYS



LOS MIEDOS DE LOS GAYS



La soledad, la interminable búsqueda del hombre “ideal”; mentiras e infidelidades disfrazadas de dulzura; desconfianza e historias de múltiples encuentros y hasta desencuentros. Sentimentalmente ¿a qué le temen los gays?

LOS MIEDOS DE LOS GAYS

Cuánto miedo puede haber después de tantos golpes en el alma, de estar en segundo plano por tanto tiempo, de estar con las personas equivocadas, de ser vistos sólo como cuerpos efímeros o compañías simples.

¿Cuánto miedo podemos sentir y qué podemos hacer con él?. ¿Qué hacemos ante una mirada que te estremece el alma y te da miedo la desconfianza propia y la del otro? ¿Que prevalece:la jugosa manzana o la imprevisible serpiente? ¿Cual es la que realmente me ofreces?

Tengo miedo porque muchas veces me han visto el cuerpo y no me han explorado el alma, mi forma de pensar fue pasada por alto en tantas ocasiones que me redujeron a una absurda pregunta: ¿qué eres: activo, pasivo o versátil? Historias de placer y algunas de dolor que, aunque se neutralicen los recuerdos, asustan demasiado en algunos momentos por tanta incertidumbre.

Hombres que juran una fidelidad inexistente, un amor intenso y maduro que se acaba con el primer cuerpo que se ofrece o se antoja. Una vez sólo fui el amante que debía esconderse, abrazarse en lugares lejanos, cerrados y escuchar palabras a susurros que sólo eran mentiras. Alguna otra vez me celaron tanto que terminé enfermo de duda y de desconfianza, otras se enamoraron de mi y yo no pude por más que intenté.

Fui compañía de soledades, levanté miradas de deseo, besé sin amor, me sentí vacío; desperté con alguien, sólo se levantó y se fue. Estuvieron conmigo y fui el trofeo que se mostraba pero con el jamás se podía comprometer por miedo a perderse, estuve con quien no supo definir su sexualidad y mucho menos lo que tenía conmigo y fui violentado con silencio.

Palabras y palabras he escuchado, he construido castillos que terminan derrumbados, futuros que jamás se cumplen, lágrimas contenidas y a veces tiradas a mares, sentimientos que nacieron para morir rápidamente.

Pasé por momentos en los que dudé del amor, me marchité en vida, dejé de soñar en encontrar ese hombre que despertara conmigo cada mañana, que viajara conmigo, que me hiciera soñar, que no temiera abrazarme, ni decirme jamás lo que siente, que sea equitativo, que crea en mi, que me diga te amo y mi interior se estremezca y hasta hoy he pensado que mi forma de amar y sentir no es para este momento, que lo que espero no existe… lloré tanto que me sequé y hasta dejé de hacerlo.

Quise cambiar tantas veces, arrancarme el corazón para dejar de sentir; quise ser frío, quise no volverme a ilusionar y de repente llegas con tus llamadas que transmiten una voz segura y firme, una mirada tierna con ciertas murallas, y sueños que me aterran porque inevitablemente sé que podría visualizarlos contigo y que no sé si se lleguen a construir.

Temo, temo tanto a tu desconfianza, a tus historias de desencuentros, como a tus papeles de segunda, a tus vidas entrelazadas. Sólo te pido que no mientas… porque no me voy a detener, ya no soy víctima de la vida.

Tu eres víctima de la vida? 

viernes, 25 de enero de 2013

Reflexiones: Enamorarse de un Bisexual




Todos tenemos un prototipo de pareja definido por nuestros propios deseos y placeres, de nuestra condición social y de nuestros intereses. Este prototipo lo podemos flexibilizar dependiendo del momento de nuestra vida, de nuestras necesidades afectivas o de nuestro crecimiento personal.


Pero, ¿qué pasaría si nuestro flexible prototipo de pareja lo fuera tanto que sobrepasara las barreras del género y del sexo? ¿Estarías abierto a tener una relación con alguien sólo por lo valioso que pueda ser como persona? Si te atrajera sólo la particularidad de la gente sin importar su sexo... ¿Significa que eres un promiscuo o depravado? ¿Sería libertad o libertinaje? ¿Capricho o necesidad?

Este tipo de mitos son algunos de los cuales la gente “bi” tiene que enfrentar todos los días cuando se relaciona con una pareja distinta, insensibilizada.

¿Has conocido a alguien bisexual, increíblemente sexy, simpático (o simpática) inteligente, de quien podrías enamorarte, pero no te lo permites porque te da miedo?

Nos da miedo que nos ponga los cuernos con alguien del sexo contrario, por pensar que no podremos competir; que nos infecte de VIH/Sida, por que “son unos promiscuos”; que no le satisfagamos sexualmente, por que siempre le “hará falta el otro lado”; que termine su proceso de “definición sexual”, y que no opte por lo que nosotros le podemos ofrecer…

Todos esos mitos (y miedos) están fundados en nuestra desinformación, en nuestra tradicional concepción de la sexualidad basada en un sistema binario: sólo hay hombres y mujeres; blanco y negro; heteros y homos; bueno y malo.

La bisexualidad es la orientación sexual que más violencia sufre, ya que es doblemente invisibilizada y agredida.

Mucha gente piensa que no existe, que sólo es una manera de asumir una homosexualidad más Light, como saliendo del armario a medias; que es un proceso transitorio en el que estás creando tu identidad sexual, y necesitas tener experiencias sexuales con ambos sexos para después poder “deliberar y elegir” cuál es tu “favorito”.

Las personas bisexuales sufren el estigma de ambos sectores de la población: el lésbico-gay y el heterosexual.

Si nos consideramos partidarios de la Diversidad Sexual y de ejercer vidas sexuales con libertad, debemos entender que “la Sexualidad” es amplia, llena de matices, que pasa por todos colores del arco iris y dentro de cada color hay muchos tonos; que no podemos encajonarla, que puede llegar a ser compleja, y que toda, en el punto que sea que nos ubiquemos, se merece recibir el mismo respeto.

La bisexualidad es la tercera orientación sexual que nos muestra esta necesidad poli-cromática. Si ubicamos a las orientaciones sexuales en una paleta de colores.

Tendremos que acomodar a la heterosexualidad a la derecha, a la homosexualidad a la izquierda y a la bisexualidad en medio, abarcando un gran espacio con muchas tonalidades.

Con esto no me refiero a que la gente bisexual sea indefinida, sino lo contrario, la bisexualidad es una identidad sexual. Se conocen, se asumen y tiene perfectamente claro que se sienten atraídos por ambos sexos. El decir “ambos sexos”, no significa que les gusten las orgías, o necesariamente ir por la vida agarrados de una mano a un hombre y con la otra a una mujer.

Así como la gente con otras orientaciones, la mayoría de la gente bisexual tiene relaciones monógamas, es decir, que sólo se enamora y tiene sexo con una sola persona. A diferencia de las otras orientaciones, deciden quién será su pareja por los sentimientos que le produce estar con alguien que les mueve emocional o sexualmente, sin importar lo que tiene entre las piernas.

Hay muchos tipos de bisexualidades. No necesariamente por ubicarlos en medio de la paleta deben estar justo en el centro.

En el sentido estricto, todas las personas que se sienten atraídas sexo-afectivamente hacia gente de ambos sexos es bisexual, pero así como existen quienes se sienten atraídos de la misma manera y al mismo nivel hacia ambos sexos, hay otras que no tienen distribuida su energía sexual en partes iguales:

Existen “bi” que sólo tienen prácticas sexuales y no relaciones amorosas con gente de su mismo sexo, sino que prefieren relacionarse afectivamente con el sexo opuesto. Otros pueden enamorarse de gente de su mismo sexo, pero nunca llegan a tener prácticas sexuales; y hay otros más que tiene fantasías homo-eróticas pero nunca se atreven a pasar al acto, y mucho menos a relacionarse afectivamente con alguien del mismo sexo.

Ya que todas las personas estamos permeadas por estos referentes negativos de la bisexualidad, muchos, aunque puedan tener relaciones eróticas, afectivas, o erótico-afectivas con gente de cualquier sexo, pueden no sentirse identificados con ella.

La bisexualidad puede ser un don, ya que permite interesarte —preponderantemente— en la parte más sublime de la gente: su esencia.

Sí un día te sientes atraído por algún, o alguna “bi”, sugiero que venzas tus miedos y que te des la oportunidad de conocerlo de la misma manera que él te irá conociendo a ti, olvidando los prejuicios absurdos y preconcepciones retrógradas.

lunes, 21 de enero de 2013

RELATO EN EXCLUSIVA PARA ESTE BLOG DE DAMIAN CANO: EL SEXO DE LA LLUVIA





EL SEXO DE LA LLUVIA

Ellas no quieren salvarse.

El cielo está tan negro que da miedo. La gente lo nota y huye. Hay un nerviosismo en el aire que se huele. Se ve en los entrecejos fruncidos. Tan fruncidos que pueden sostener una moneda de dos euros. Corre, en los pasos apresurados de la gente cargada de bolsas. En los coches, en los frenazos, en los ¡conducebienmecaguentó! Peor que nunca. Como el conejo de Alicia llegando tarde. Todo el mundo parece querer llegar cuanto antes a algún sitio. ¿A un refugio?

Menos ellas dos. Ellas no quieren salvarse.

Son unas geishas del siglo XXI. Apenas un-pasito-detrás-del-otro, con esa parsimonia que sólo se permiten quienes se acaban de descubrir y saben que juegan a la conquista. Disfrutan de cada roce accidental de manos, cada descarga de electricidad en una mirada fugaz.

No les importa ese mundo que anuncia un apocalipsis. Ellas no quieren salvarse. No les importa casi nada más que el cuerpo de la otra a un movimiento de distancia. Saben que  quizá están llegando a una frontera, a la orilla de un beso. El vértigo les recorre la espina dorsal, les hierve las piernas y mucho más allá. Los pezones duros, la piel de la nuca erizada.

Se sientan a mirar el mar desde la muralla. Pero no lo ven. Y eso que está fagocitando la acera del Paseo Marítimo con un látigo salino incesante. Como una boa constrictor letal, de película en tres dimensiones.

Son las únicas que se detienen en medio de un cuadro vertiginoso. Escuchan, a lo lejos el ruido de la ciudad. Aullando, rugiendo, relinchando. Thor, con su martillo desafiante, parece gritarles desde el cielo.
Pero no le escuchan.

Tampoco hablan. No es el momento de decir nada. Apenas presienten la agitación de sus respiraciones. Palpitaciones.

Unas niñas con coletas cantan de la mano de su madre que las arrastra en volandas a casi dos centímetros del suelo. ‘¡Que llueva! Vamos niñas. ¡Que llueva! Vamos, que va a llover. ¡La virgen de la cueva!’

 —Acá en España hay vírgenes hasta en las cuevas. —Dice Luz y se arrepiente de inmediato de semejante tontería.

Danaé sonríe. Asiente mirándose las manos. Se alisa los lunares de su falda roja y blanca. A lo mejor queriendo dejarlos planchados. Alinearlos. Y de veras parece que lo logre. O está nerviosa. Es eso. Debería de haber salido más abrigada, pero es que la falda es tan bonita.

¡Que llueva! ¡Que llueva! La virgen de la cueva, los pajaritos cantan. ¡Que sí! ¡Que no! Que caiga un chaparrón.

Luz piensa que Danaé, así de callada y bucólica tiene un cierto aire a virgen. Le va el rollito de la virgen de la cueva. Quedaría preciosa en unas estampitas milagrosas. La gente la adoraría. Es angelical, etérea. Quedaría perfecta sentadita encima de una chimenea con las manitas muy juntas sobre el regazo.

 —Yo intento ser solidaria. Cada año le compro la lotería a la Cruz Roja. Si fuera rica, donaría mucho dinero a los niños pobres. —Se anima Danaé. Más que nada por decir algo. Se queda satisfecha consigo misma. Continúa alisándose los lunares rojos.
Luz no parpadea. Por un momento no sabe si largarse a correr con el resto de la gente o sumarse a las hormigas y las moscas que están igual de alteradas. Nota arder sus mejillas. Corrige ese mechón de pelo, acomodándolo detrás de las orejas. 

Controla el estado de sus cutículas. Está a punto de pensar que no es posible ser tan estúpida y no darse cuenta. Que esta chica sentada junto a ella es adorablemente retrasada. Que parece ignorar su tremenda estupidez. Quizá hasta llega a pensarlo, a esbozarlo. Pero la interrumpe un estruendoso trueno. Dos.
Comienza a llover, a diluviar. Como si algo se hubiera roto en algún sitio. Les sacude el letargo, desordena los lunares de la falda de Danaé, alborota los rizos de Luz, espanta los pensamientos.

—Nos vamos a empapar —alerta Danaé con la cara compungida. Una virgen angustiada.

 —No te preocupes, no queremos salvarnos—le abraza Luz a media voz. Es un conjuro tibio y envolvente. La acerca con fuerza, cogiéndola de la cintura. La otra mano se desliza por la espalda, por el tobogán que surcan los omóplatos. La inmoviliza delante de su boca. Abarca todo su cuerpo. La hipnotiza.

           La besa.
           La besa.
           Se besan.
           Con ansias.
           Con agua.
           Con chorros.
           Mojadas.
           Empapadas.

En medio de la lluvia de enero, el viento les despeina las inseguridades, las evade del mundo.

La tormenta las arrastra de la mano, corriendo por las resbaladizas calles del casco antiguo. Suben las escaleras de dos en dos. Agitadas. Se desnudan antes de llegar a la habitación, tocándose, chupándose, mordiéndose, lamiéndose, oliéndose, frotándose. La lluvia que está ahora en las ventanas, es la misma que permitió el abrazo, el beso.

Ahora: el sexo.


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Su blog, del que soy seguidor

miércoles, 9 de enero de 2013

RELATO EN EXCLUSIVA PARA ESTE BLOG DEL ESCRITOR DE "PEQUEÑOS LABERINTOS MASCULINOS": GUILLERMO ARRONIZ NOS OFRECE "LA EUROPA DE LOS SUEÑOS"


 Cementerio (San Lorenzo) de Roma.

Es un honor y un privilegio el que Guillermo Arroniz López, pudiendo haber incluido este cuento en su próximo libro, haya decidido compartirlo en exclusiva en este blog. No hay que recordar que, como el resto de los relatos de este blog, está debidamente inscrito en el Registro General de Propiedad Intelectual.


 Dedicado por Guillermo Arroniz a JV, JG y, por supuesto, a QVR.


LA EUROPA DE LOS SUEÑOS


Manuel Salustiano Fernández, ochenta y siete años, su desconsolada viuda y sus hijos Merce, Simón, Alberto y Francisco ruegan una oración por su alma. Deja dos sillas estilo Luis XVI de los sesenta. Lo que ignoran todos, su esposa y sus cuatro herederos universales es de dónde salieron aquel mobiliario ni por qué lo encargó en semejante fecha, cuando aún estaban pasando por importantes estrecheces económicas. Ni sabrán nunca que, su serio y amante esposo y padre las mandó hacer para maquillar una donación considerable. Un montante de dinero que permitiera pagar un viaje a Suiza. El hombre cuya mano dejó huella en las sillas mantuvo siempre en el recuerdo a Manuel por aquella nueva oportunidad en el país helvético… y por algo más.

Susana López de Cuestas, nacida el once de agosto de mil novecientos veintidós. Sus primos María y Julián la tienen presente. Claro que la tienen... Y la tendrán mientras dure la herencia. Y puede que el resto de su vida, aunque sólo sea para criticar, con envidia rencorosa, que no hubiese ahorrado aún más. Lo más notable en el impresionante lote de objetos acumulados por la difunta es, sin duda, una caja registradora antiquísima. La caja del café donde se colgaron y vendieron los cuadros de López de Cuestas, que nunca firmó con su nombre de pila para ocultar su sexo a los compradores; que falleció soltera; y que, a pesar de la leyenda, no tuvo racimos de amantes, sino sólo uno, como bien habría podido atestiguar la caja registradora en caso de haber tenido habla más allá de sus tics y tacs y rasgados y timbres, completamente incomprensibles para el ser humano, obsesionado con las palabras y los gestos y poco atento a las onomatopeyas.

Helver Casillas Torres, natural de Colombia, residente en España desde mil novecientos cuarenta y dos, de edad neblinosa. No deja familiares conocidos. Lote de fotografías de hombres que posan en parejas, desde mil novecientos nueve a mil novecientos diecisiete. Nunca quiso saber de la Historia, ni del Arte después de aquel año. Lega sus posesiones a una institución de beneficencia salvo la colección de retratos que deben ser subastados como una colección indivisible y única. Y cuyo montante debe dedicarse al pago de una obra: literaria, escultórica o pictórica que ensalce a los ejecutados por su orientación homosexual. Nunca le gustó el paupérrimo y elemental triángulo de los canales de Ámsterdam.

Juliana Fernández Sanjuán, nacida en Cuba y casada con un canario en los años setenta, de respetable edad. Su ahijado y único heredero no ruega nada, pero sí hubiese querido que, durante los dos años de enfermedad en los que estuvo enclaustrada en una residencia, hubiese recibido un mayor número de visitas. Entre los objetos que se venderán están dos mesas de mármol y patas de hierro forjado de procedencia desconocida, pero notablemente antiguas y posiblemente isleñas. Sobre sus superficies veteadas Juliana escribió poemas en un español antiguo, producto de las numerosas lecturas del siglo XVII a las que dedicó su vida, que cantaban el valor y la determinación de las sufragistas inglesas.

Jacinto Pericay de los Olmos, nacido el diecisiete de septiembre de mil novecientos treinta y uno. Desaparecido. Tras varios años sin señales de vida su familia celebra un sepelio simbólico y da misa por su alma… esté donde esté. Hombre huraño y arisco nunca explicó las razones por las que coleccionaba cajas y objetos de madera como el perchero modernista de largos brazos y estrecho tronco, equilibrio prodigioso y sinuosidad desbordante. En las cajas de encontraron tres millones doscientas cincuenta y siete mil pesetas en diversos billetes y monedas. Se ignora la procedencia de tan extraños ahorros, pero se cree que tienen su origen en el contrabando de comics y revistas pornográficas durante las primeras décadas de la posguerra.

Eva María Castro Heras, divorciada. Deja una estantería de mil novecientos en perfecto estado. Regalo de boda de sus padres, realizada en caoba, artesanalmente. También se venden, en el mismo lote que la librería, o por separado libros de filosofía y religión, con especial atención a Teresa de Cepeda y Ahumada y Sor Juana Inés de la Cruz, con un cuarteto subrayado insistentemente:

Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.

La búsqueda había empezado en mil novecientos noventa y dos, notable año para los españoles residentes en Barcelona, Sevilla y Madrid, especialmente. Era el año olímpico, el quinto centenario de la llegada de Colón a América y Madrid se convertía en Capital Europea de la Cultura. Josep Congost había tenido un sueño. Un sueño que le ocuparía los ratos libres de los siguientes veinte años de su vida, dedicada profesionalmente al negocio familiar de cárnicos con el que no se sentía feliz. Josep quería un rincón antiguo, un rincón donde recrear la Europa de comienzos del siglo veinte, cuando la tecnología no había conseguido vencer el pulso a la artesanía. Cuando aún cabía la esperanza del Arte por el Arte, el culto a la belleza, y un mundo capaz de volverse del revés por un poema, por una ópera, por una creación valiosa y única, por un huevo de Fabergé. Él crearía en su ciudad, de apenas treinta mil habitantes, un nuevo reducto para la Poesía, el encuentro filosófico, la charla literaria, los pequeños conciertos de cuartetos de cuerda, y el chocolate servido como en los Champs-Élysées o las cafeterías bruselenses en la primera galería comercial de Europa. Ignoraba por qué lo deseaba tanto, qué o quién le había hecho soñar con algo tan anacrónico.
Aprovechaba los viajes a Madrid, las escapadas a París, los paseos por Notting Hill y los domingos en los Encantes para visitar anticuarios y tiendas de segunda mano. Tenía que encontrar los objetos precisos para crear la atmósfera adecuada. Los muebles, el mostrador, la máquina cafetera, los aparadores… debían desprender un aroma a fantasmas y elegancias, a vidas encerradas entre fotografías sepias.
No tenía prisa y la tenía toda. Quería seleccionar cada puerta, cada pomo, cada detalle para que el resultado fuese perfecto, capaz de atraer el espíritu de la propia Blavatsky en una sesión de espiritismo, tras la lectura apasionada y con voz juvenil de “El barco ebrio” o de viejas leyendas sobre el Golem; o el olor a absenta y tabaco fumado en pipa tras una interpretación musical de violines.
Y no podía confesar todo lo que había hecho para conseguir aquellos objetos evocadores. Ni siquiera a sí mismo. Mentir, engañar, suplicar, arruinar, pervertir, robar, seducir, inventar, olvidar, regatear, viajar, ocultar... eran verbos que tendría que utilizar para hacer examen de conciencia pues había hecho uso de todos por aquellas piezas que acumulaba en un trastero inmenso en espera de poder abrir aquel café de ensueño. La historia más triste, aunque no la más truculenta, fue la del anticuario de El Rastro madrileño que se encaprichó de él y que le regalaba los muebles a cambio de transacciones en carne dadas y tomadas en la trastienda, entre toneladas de polvo y cachivaches sin nombre ni uso. Lo cual no dejaba de ser terriblemente irónico ya que, de alguna forma, ello implicaba que Josep estaba vendiendo su carne, como se vendía la carne del negocio familiar del que trataba escapar. Aunque la suya no fuesen solomillos o costillares vacunos. Nunca se había sentido atraído por el comerciante, pero tampoco le causaba rechazo a pesar de los años de diferencia entre ellos. Y siempre se esmeró en darle el mejor pago por sus obsequios. Apuraba cada minuto para que fuera lo más próximo a la fantasía del madrileño, quien tenía obsesiones muy marcadas con las posturas y los tiempos. Pero a pesar de ello el vacío del comerciante aumentaba con cada visita, tanto dentro de sí como en su cuenta corriente. La entrega de Josep era falsa, retorcidamente escueta, hasta el punto de rebelarse craquelada cuando incluso intentaba disimular su prisa tras el momento en que ambos terminaban con las respectivas eyaculaciones. Con él se iban la ilusión, los muebles y el dinero. Y quedaba un ansia cada vez mayor.
El tiempo había transcurrido. Y con él los objetos habían llegado a conformar algo más que montones de maderas, mármoles, hierros y cristales. El local idóneo estaba a la vista y la crisis económica había propiciado que estuviera disponible, así que empezó la obra que atrajo a vecinos y extraños. Seis meses de remodelación y traslado de muebles siguieron de forma intensa. La parcela, céntrica pero exenta de otros edificios, con su pequeño jardín con verja a la entrada, contenía el edificio coqueto y algo amanerado donde se rescataron algunas pinturas, molduras y vigas. La restauración fue mucho más difícil y cara de lo que hubiera sido la demolición y nueva erección. Pero el dinero sólo era un negro motivo más de desesperación que se hundía en el pozo de la obsesión a punto de cumplirse. ¿A quién podía importarle?
El negocio familiar estaba abandonado, prácticamente. Lo mantenía porque, a pesar de no dedicarle atención, seguía produciendo algún beneficio por sí mismo, gracias al buen hacer de empleados que llevaban en el negocio más tiempo que el propio Josep, que habían empezado con su padre y le guardaban fidelidad a la empresa, que se sentían parte de un algo familiar. Beneficio que era sumamente importante para cumplir aquel sueño de pasados a destiempo. Se cuchicheaba de todo a sus espaldas, la ciudad entera no hablaba de otra cosa. Y algunos rumores tenían fundamento y otros eran exageradas leyendas sin pies ni cabeza, pero nadie podría haber discernido cuáles eran los unos y cuáles los otros. Josep se había vuelto, con cada día que pasaba, un ermitaño de primer orden. Daba órdenes a los trabajadores, conversaba con el contratista y el jefe de la obra, pero no revelaba nada de sí mismo a nadie. Su yo estaba quedando sepultado bajo cada pieza que se colocaba en el local. El café era la perfecta tumba donde se iba metiendo poco a poco. El cofre inmenso, el mausoleo mejor amueblado. O, como en aquella película que había visto de adolescente: “La invasión de los ultracuerpos”, el local iba adoptando sus formas, sus sentimientos y emociones en forma de sillas y mesas, suelos, baldosas, tazas, y un día llegaría a suplantarlo. Pero ni lo pensaba ni se le ocurría hacerlo. Estaba demasiado ocupado ultimando detalles, contemplando a su bebé, bello y elegante como una dama en un salón parisino de mil novecientos, y aterradoramente macabro, como un relato de Poe, todo al mismo tiempo.
Hubo tantos problemas durante la obra que el contratista estuvo a punto de romper el contrato y olvidarse de los beneficios a corto plazo. El cliente era un esquizofrénico, exagerado con cada pequeñez y rincón. Para él los albañiles debían ser arquitectos en pulcritud. Aquello no era realista. Y él, Pedro López Hernández, era un español pragmático y vulgar, como decenas de miles, ajeno a la idealización de Josep, únicamente un cliente que acumulaba rarezas y chaladuras.
Pero allí estaba al fin. El impecable palacio del buen gusto, el congelado rincón de una Viena cosmopolita y melómana, el tufo a tertulia de café Pombo, y el decadente orgullo de la nave a punto de irse a pique del Titanic todo junto. Las equilibradas calles de la Florencia que enamoró a los ingleses y algo del recogimiento mágico praguense y el imperio del exceso de Múnich. Cuando salieron los últimos obreros y el último transportista le dejaron todas las copias de las llaves y se quedó dentro, contemplando, a medida que el sol de otoño recién estrenado se escapaba, llevándose consigo la cortedad de las sombras (atrevidas al fin tras el largo verano, conquistando los espacios con dedos que parecían raíces sobrealimentadas) y un frío húmedo, solitario e insolente, como de ciudad junto a un inmenso río, se apoderaba poco a poco de la estancia. Allí estaba frente a sí mismo.
Nunca salió de allí. La cafetería quedó clausurada siempre, con un hedor a lugar maldito y abandonado que se vio reducido a la ruina antes de llegar a desplegar su encanto. Su exquisito cadáver se ha quedado embalsamado en el ambiente, como si estuviera en formol.

Carlos Coello de Santamaría, natural de Cádiz, fallecido en Madrid veinte años después de su nacimiento. Deja un cuerpo bello y unos amigos desolados que no saben comportarse en un tanatorio ni entienden el dolor ni el luto. Sus rasgos se han afilado con el paso de la guadaña y su atractivo de atleta se ha vuelto oscuro. Ha dejado una nota de despedida. Se ha ido detrás de McQueen a quien suspiraba por conocer. Sus sueños de juventud entregada se han colmado. Su abuelo le había dejado un legado de copas de cristal escocés listas para el mejor de los coñacs.
Soledad Ricardo de Alcudia, natural de Burgos, amante de la tierra y sus riquezas, de las casas de piedra y las chimeneas humeantes de invierno, nacida en el controvertido año de mil novecientos treinta y seis, superviviente de la guerra y la posguerra, de las que apenas guarda recuerdo alguno salvo el hambre que vivió hasta su primera juventud. Se fue mientras bebía una infusión en una de sus famosas tazas de porcelana. Nunca compró ninguna. Pero se hizo famosa en la comarca, e incluso en el extranjero, por haber sido depositaria de tantos y tan variopintos ejemplares y venían de muchos rincones a contribuir, a regalarle a aquella mujer que nunca ansió riqueza alguna salvo el tiempo, el tesoro más caduco, y al tiempo más inacabable de todos.
      Josep Congost Merino. Nacido en un pueblo de Almería y mudado antes de cumplir un año por la emigración de sus padres a Cataluña, donde fundaron una carnicería que prosperó hasta posicionarlos y poder mantener asalariados que llevaban el día a día de una tienda que terminó convertida en cadena en todos los mercados de la región. De sus bienes sólo uno formó parte de su sueño de un gran café europeo donde esperaba llamar al Arte y a la Belleza, por los que vendió su alma: un espejo, un gran espejo con marco dorado en Madrid, en el Madrid de mil novecientos cuarenta. Sólo aquel azogue revestido de riqueza perteneció desde siempre a Josep. Y en él se miraba y nunca veía nada. Hasta que lo colgó, último detalle, en aquella columna de la cafetería en la que había volcado su vida. Cuando se vio supo que no podía entregarse a nadie que no lo conociera y lo amara. Los clientes no podían ser sus amantes. Ni siquiera los artistas. Ya nadie podría amarle. Se había vaciado entre cuatro paredes. Ahora que veía por fin su reflejo… estaba vacío.


Guillermo Arroníz López (Foto realizada por Qviron  Lethebain)



Puedes encontrar su libro "Pequeños labrintos masculinos" en: 
; Casa del Libro; El Corte Inglés; FNAC; La Central; Librería Cómplices; A different life...
Y seguirle en:
http://viajarte.universogay.com/ (Blog de viajes y artículos de opinión).



miércoles, 2 de enero de 2013

Reflexiones: ¿Dónde está la línea divisoria entre la necesidad de amor y la autosuficiencia personal?




 Reflexiones: ¿Dónde está la línea divisoria entre la necesidad de amor y la autosuficiencia personal?  



En efecto, con cierta frecuencia me pregunto por esta necesidad de amar, de ser amados, de ser tocados de una manera especial, de tener pareja, un apoyo, un beso, confianza, un cuerpo... En ocasiones las respuestas varían según el día.


En cierto momento de la vida, al menos algunos, comprendemos que no precisamos de una pareja para constituir nuestra existencia (a modo y como ocurre en la adolescencia en algunos casos, donde una persona pone su valía en la aceptación y deviene una marioneta). Madurar, entre otros muchos aspectos más, consiste en ser independientes emocionales, además de poseer la inteligencia de controlar nuestras emociones.

Sin embargo, ¿es suficiente esa independencia para una vida integral? ¿Madurar o sentirse bien en lo que a nuestros proyectos personales respecta excluye el hecho de necesitar los aspectos que menciono?

Se suele predicar la autosuficiencia personal como indicio de salud. Según esta posición, uno ha de ser un ente individual, cuya satisfacción está en nuestras manos y en la medida que esto se logre podremos tener una relación, ulterior, de amor sano. Yo no niego que eso sea posible y deseable, pero... ¿Puede haber una satisfacción total previa a estar en pareja?

¿Qué piensas tú en torno a que, para algunos, la satisfacción personal e individual implique estar con la persona indicada a tu lado? No busco un juicio, sino el intercambio de posturas sobre este tema.

¿En donde está la línea divisoria entre la necesidad de amor y la autosuficiencia personal?  Bajo mi punto de vista, en la realización emocional, que dista mucho de la autosuficiencia personal.

La autosuficiencia reúne todos y cada uno de aquellos satisfactores que nosotros mismos podemos darnos y que no dependen del esfuerzo ni gracia de nadie mas que de nuestra propia persona. Cuando la autosuficiencia personal se convierta en egoísmo y una limitación para nuestra realización y felicidad emocional será un buen momento para trazar una línea divisoria. 

¿Independientes emocionales? No se si hay tales, por más que en un principio parezca comúnmente lo contrario; solo existe el concepto placebo y menos en el ámbito emocional.

Todos cedemos autosuficiencia e independencia a distintas cosas y a distintas personas. Unos necesitamos o dependemos del trabajo, de las amistades, del estatus de vida, los estudios, la familia, el dinero, la pareja, el sexo, las relaciones sociales o la espiritualidad manifestada en cualquiera de sus formas. 

El concepto claro de autosuficiencia o independencia emocional realmente no existe; es variable para cada uno.

Y justamente cuando nos damos cuenta de ello, es que optamos por encontrar aquel satisfactor que sintamos ya no hace falta: en este caso el amor de una pareja, que como bien se dice venga a complementar nuestra vida y salud emocional. 

Esa independencia que tanto se menciona no es suficiente para tener una vida integral, al menos para todos. ¿O si?

Seamos realistas: tarde o temprano habrá que darse cuenta que necesitamos más que sexo ocasional, una carrera, logros personales, sociales, económicos y profesionales para sentirnos realizados. Nuestro crecimiento como personas no se restringe solamente a lo social, sino también a lo afectivo, emocional, espiritual y demás...

La mayor realización a la que puedas aspirar es cuando tu felicidad no solo dependa de ti mismo sino de alguien mas; ¡y ojo!, no por una cuestión mal entendida de dependencia...sino porque hallarás ese complemento que lejos de llenar un vacío o parte faltante en TI, vendrá a sumar a tu persona y a enriquecerla de maneras insospechadas. 

Al fin y al cabo se dijo: "No es bueno que el hombre -o la mujer- esté solo"