miércoles, 24 de diciembre de 2014

VÍDEO DEL TALLER DE NOVELA HISTÓRICA Y PROCESO DE DOCUMENTACIÓN


Se trata de un taller en el que aprenderemos a documentarnos para escribir ficción histórica.  Realizado en el Café La Flauta Mágica por iniciativa de la Comunidad Literaria Magerit.


sábado, 20 de diciembre de 2014

XI TERTULIA LITERARIA ZARCO. LA EPILEPSIA Y EL TRIBUNAL DE LA SANTA INQUISICIÓN





Más vale tarde que nunca. Gracias a un asistente a la tertulia os puedo ofrecer el vídeo de la presentación y tertulia que se llevó a cabo el 6 de noviembre de 2014 en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid con el apoyo del Aula Zarco.










lunes, 1 de diciembre de 2014

CULO VEO, CULO QUIERO. POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ






CULO VEO, CULO QUIERO

Los refranes tienen su aquel y en este caso puede censurar jocosamente a los caprichos, a quienes se les antoja cuanto ven. ¿O tal vez no siempre es aplicable? 


Es buena hora en el parque, en estas fechas, mediados de septiembre. Disminuye bastante el calor en la tarde, los aspersores que riegan algunas de las plantas estivales entran en funcionamiento y la gente se anima a salir de sus casas para pasear sola, con sus familias, con sus amigos o mascotas. Tras el letargo que produce en verano una comida copiosa y que se traduce en siestas de minutos, o de horas, la gente se anima, se arregla. Unos lo hacen de manera cómoda e informal expresada en pantalones cortos y camisetas de tirantes. Otros, los deportistas o con pretensiones de serlo, con ropas ceñidas u holgadas que facilitan sus movimientos rítmicos al correr o pedalear en bicicleta... Los hombres más osados se quitan las camisetas para lucir palmito con la excusa del sudor.

Los de más edad se dividen en varios grupos: aquellos que se visten con comodidad e informalidad, ya sea por falta de medios, ausencia de sentido estético o descuido, o los que engalanaran para ser vistos y admirados. En el tema de los niños la cosa es diversa, como los caprichos de los padres; ellos no tienen ni voz ni voto y la hora de jugar se ensuciaran igual si es que no son reprimidos por ser lo que son: criaturas explorando el mundo y disfrutando de el.

Por estar, no estoy escondido, pero sí discretamente situado. Algunos de mis compañeros están más a la vista, y posiblemente mejor situados. Yo me tengo que conformar con mi sitio, recalentado por el sol, esperando que alguien se acerque lo suficiente como para ser satisfechas mis curiosidades. Hay que permanecer alerta, inmóvil, paciente para lograr una buena perspectiva de los cientos de culos posibles y tener la suerte de que alguno se acerque a mí decididamente o con ciertas dudas. Me gustan todos, no puedo negarlo; pero tampoco puedo negar que tenga mis preferencias o predilecciones según qué día.

Algunos dirán que tengo algo de voyeur, pero mis necesidades van más allá de la mirada discreta de los glúteos. Hay una imperiosa necesidad de sentir las nalgas prietas o frágiles contra mí, comprobar si son inquietas o reposadas, si son constantes o irresolutas. Pocos caen en la cuenta en todo lo que un trasero nos puede contar de su  dueño si estamos dispuestos a aprender. Al principio somos incapaces de sentirlo, pero como en todo es cuestión de práctica y experiencia. Cada uno tiene su aroma primario, por decirlo de alguna manera elegante. Con el tiempo, desde donde me encuentro, puedo comprobar sí las nalgas se han transformado, cambiado de forma con el paso del tiempo. Pero, como digo, deseó más… Deseo sentirlas en toda su intensidad de extensión, de manera, a ser posible, sosegada, notando poco a poco cada pliegue, estría, poro o pelo nalgal si las telas lo hacen factible.

Muchos estaréis pensando que soy una especie de pervertido sexual con muchos complejos limitantes y que mi fijación es fetichista cuanto menos. Os puedo asegurar que no es así, que soy perfectamente normal, aunque incomprendido y que en muchos casos pasó desapercibido. Me hiere la indiferencia, pues alimenta la soledad que puedo llegar a sentir, especialmente en las noches. Como todos, quiero ser elegido, aunque solo sea por unos momentos cómplices o fugaces. Para algunos me he convertido, por razones que no logro entender del todo, en el banco favorito de descanso de sus nalgas agradecidas, ya sea por cansancio de piernas, juanetes, guarecimiento del sol cuando los árboles comienzan a dar sombra sobre mí en desgastados tablones de madera, o por mí discreta ubicación en el parque, ideal para confidencias, ya sea entre amantes o vecinos cotillas. Los ancianos que intercambian noticias de achaques y enfermedades, fallecimientos de conocidos o quejas acerca de hijos o nietos son también posaderas habituales.

Hay nalgas conocidas que han cambiado a lo largo del tiempo, como lo hacen las estaciones del año: primaverales, veraniegas, otoñales e invernales. Como banco nuevo y recién puesto en el parque llamaba la atención por el barniz brillante, por la ausencia de pintadas de grafiteros o de marcas de navajas o llaves en mi superficie impoluta. Hay nalgas ausentes y no sé qué habrá sido de ellas, si se habrán mudado de barrio junto a su dueño, o han fenecido con él. De vez en cuando reposan sobre mí traseros que son vacacionales, incluso extranjeros. En esas ocasiones me siento agradecido, muy cosmopolita e internacional. Siempre es interesante conocer culos nuevos.

Parece que se acercan traseros diversos en charla amena con toda la intención de descansar en mí. Depende de cómo se distribuyan puede que bascule un poco por la parte delantera izquierda, por donde el cemento ha comenzado a agrietarse. Ya se han sentado, los percibo también con mi respaldo; son muy distintos en forma, musculación y tamaño. Un hombre, una mujer y una niña. ¡Qué satisfacción más grande! Tienen al lado de mi apoyabrazos izquierdo un carrito de bebé. ¿Un posible culo para un futuro incierto, si es que llegó a permanecer aquí para entonces? No lo sé… Muchos bancos del parque están siendo reemplazados por modelos nuevos e incluso más ergonómicos. Mientras tanto disfrutó del presente y me siento realizado al cumplir el cometido por el cual fui diseñado: descansar los cuerpos y los panderos de mis creadores: los humanos.

lunes, 10 de noviembre de 2014

PRESENTACIÓN DEL NUMERO 11 DE LA REVISTA GRATUITA GAY+ART




Nuevos relatos, más colaboradores; vamos creciendo cada vez más gracias a vosotros.  
 Gay+Art es un proyecto de auto-promoción para escritores y artistas gays, lesbianas, transexuales y héterosexuales que incluyan en su obra referencias al mundo homosexual en positivo.

Es gratis y si os gusta, por favor, compartid el enlace. Hay alguna modificación respecto al sistema de descarga según las nuevas políticas de Bobok, pero seguimos siendo los mismos de siempre, o mejores.

martes, 4 de noviembre de 2014

EL LUGAR. POR RENÉ RICARDO DE LA BARRA SARALEGUI




RELATO PERTENECIENTE A LA NOVELA "LA BAÑERA DE EFRAIN"



EL LUGAR
                                                                                         
Hay un Lugar en mi casa, en donde las cosas no caen. Uno puede soltar un florero y no lo verá destrozarse en el suelo; puede derramar vino y jamás manchará la alfombra… No es un Lugar muy grande; pero está creciendo.
Al principio, era casi imperceptible: motas de polvo, hilachas, algún minúsculo trozo de papel, que no se decidían a tocar el suelo. Pero con el tiempo, pude ver con curiosidad, cómo comenzaron a flotar pétalos de flores mustias, monedas perdidas y tarjetas bancarias.
Entusiasmado, comencé experimentar con el lugar; arrojaba peines, tuercas, botones, ¡hasta caramelos!, por el solo placer de verlos levitar frente a mí.
Pero un día ocurrió algo inesperado: entré en la sala y luego de dar algunos pasos, uno de mis pies se elevó por encima de mi cabeza; ésta, a su vez, cayó sin llegar a tocar el suelo. Las llaves que llevaba en mi bolsillo izquierdo, flotaron alegremente junto a mi rodilla, mientras las monedas, que estaban en el bolsillo derecho, cayeron con estruendo.  
Quedé suspendido como si fuera una lámpara; pero sin alambres ni cables que me sostuvieran.
Desesperado, logré sujetarme de una puerta y jalar con fuerza, para que el peso del resto de mi cuerpo, hiciera que mi pie retornara al suelo.
Aquel desafortunado accidente me hizo comprender el peligro, y decidí no comentar el suceso. Si bien antes había mantenido el lugar en secreto por temor a que me tomaran por loco, desde entonces se convirtió en una obligación moral no avivar la curiosidad de mis amigos; cualquiera, menos afortunado que yo, podría quebrarse algún hueso, producto de alguna cabriola inesperada. 
A partir de entonces, mi vida giró en torno a las dimensiones del lugar; cada mañana, arrojaba papelitos de colores, para delimitar sus bordes. Si caían, aquel era un sitio seguro para caminar. Por la tarde, al volver del trabajo, repetía la maniobra apenas abría la puerta.
Con el tiempo, decidí a llevar una bitácora, para anotar cuidadosamente las dimensiones del lugar, buscando algún patrón que me permitiera anticipar zonas seguras en la casa. En medio de descripciones detalladas, intercalaba dibujos, gráficos, mapas, como si en verdad se tratara de un campo minado.
Y sin embargo, jamás fui capaz de predecir qué tamaño tendría en determinada fecha, ni hacia dónde crecería después. Mi hogar no era un sitio seguro.
Había que hacer algo.
Decidí llevar a cabo algunas remodelaciones; hice construir una nueva puerta de entrada; después, un segundo acceso a la cocina, el baño y mi habitación, supervisando personalmente los avances, no tanto para los obreros fueran diligentes, sino más bien para que ellos no descubrieran mi secreto.
Seguramente, mis ideas les parecerían desquiciadas, pero a medida que se dieron cuenta de que mi obsesión era para ellos una buena fuente de divisas, comenzaron a sugerir otros arreglos; fue así como aparecieron nuevas ventanas, salidas de emergencia y hasta un corredor que rodeaba la casa, al que se podía acceder desde cualquier habitación; de  ese modo, pensaba, nunca quedaría atrapado.
Pero fueron tantas las sugerencias, que pronto me quedé sin fondos y tuve que dar por terminada la remodelación; todavía no estaba lista la escalera de emergencias, que había planeado para salir de mi dormitorio directamente a la calle, pero me conformé pensando en que quizá más adelante podría pedir un crédito en el banco.
Pasaron algunos meses, y el lugar siguió creciendo. La mayor parte del tiempo lo hizo lentamente, de modo que, usando los papeles de colores, pude establecer rutas seguras para desplazarme dentro de la casa; pero también hubo semanas, en las que creció vertiginosamente, como cuando abarcó por completo la sala y mis sillones danzaron en el aire.
Meses más tarde, incluso mis salidas de emergencia estaban vedadas, y apenas podía circular por rutas estrechas, usando un complicado sistema de argollas que instalé en las paredes. Ya casi había agotado las existencias de papeles de colores de las librerías cercanas y debía usar cualquier cosa para delimitar fronteras. De ese modo, mi casa se tornó un caleidoscopio de corbatas flotantes, paños de cocina, periódicos, toallas y revistas, que –como la mayoría de los muebles– ya nunca más iban a caer.
Por las noches, no me atrevía a levantarme al baño, por miedo a quedar suspendido en el aire apenas pusiera un pie fuera de la cama. Dejé de tomar café, no volví a beber ningún tipo de líquidos después de las cuatro de la tarde y mis comidas, eran más bien livianas.
Aun así, no dormía tranquilo; antes de la madrugaba, solían oírse ruidos guturales, borboteos de cañerías y sonidos como el que hace una válvula de vapor cuando se abre. Me despertaba sobresaltado, y no podía dormir, hasta que el sol me mostraba con claridad la distribución de los objetos; con una rápida mirada, verificaba que la cómoda, los calcetines, la silla y mis pantuflas, estuvieran adecuadamente asentadas en el piso; entonces, dejaba caer un cojín junto a la cama; si no levitaba, era un buen lugar para apoyar mi pie; repetía la maniobra un par de veces, para estar seguro, y entonces,  me levantaba como un zombi, ojeroso y pálido, y siguiendo mis propios protocolos, iniciaba un nuevo reconocimiento de rutina. 
Al cabo de un año, el insomnio forzado me llevó a quedarme dormido en el trabajo, y tras varias amonestaciones, fui despedido.
Mis vecinos me insultaban cada vez que me veían. Los ruidos de mi casa, no dejaban dormir a nadie, y varias veces estamparon denuncias en mi contra. Hubo, incluso, una recolección de firmas para expulsarme del barrio.
Una noche, un vecino demasiado contrariado, lanzó una piedra enorme contra el ventanal de la sala; corrí aterrado, escalera abajo, contraviniendo mis propios protocolos. Temía que el lugar, al ver profanado sus límites, se apoderara de la calle. Pero solo encontré esquirlas de vidrio flotando sobre la mesa, mientras la piedra circulaba como un asteroide por entre libros y animales de porcelana.
Suspiré aliviado. Había sido una falsa alarma; solo debía alcanzar una de las argollas y volver a subir por la escalera. Di un paso temeroso, y mi pie se asentó firmemente en el suelo; mi mano derecha empuñó la argolla más próxima y una vez que me sentí firmemente asido, levanté con cuidado el otro pie, para alcanzar el primer peldaño.
Entonces, una especie de geiser invisible me levantó violentamente, desprendiéndome de la argolla. Sentí que no pesaba, que era un objeto más en una órbita errática en torno al retrato de mis padres que había caído estrepitosamente durante el último sismo; más allá estaba mi cristalería fina, que años de torpeza de diversas domésticas habían acabado por llevar a la extinción, la colección de estampillas de mi abuelo, que desbarató mi infancia, unos botines de lana para bebé, que supuse que alguna vez fueron míos… El lugar se había apoderado de toda la casa y ya no le bastaba con impedir que las cosas cayeran, sino que además devolvía a la vida a las que habían caído en el olvido… Había lagartijas, volantines rotos, carcajadas, biberones, pantalones cortos, trenes a escala, cuadernos ajados, lápices y gomas de borrar. Todo mezclado con discos de vinilo, estilográficas, posters, casetes, soldados de plomo, y el anillo de boda que Beatriz rechazó. Ahí estaba todo, cada día y cada año de mi vida, flotando, girando torpemente, como globos de fiesta, sin ton ni son. Y en medio de todo eso, formando parte de ese mundo ingrávido, estaba yo. Sabía que –como las migas de pan que alguna vez cayeron de la mesa, como los cristales rotos y los juguetes perdidos– jamás volvería a la realidad de los demás. Ahora, lo veía todo desde arriba. Distinguía claramente a la mujer que limpiaba el piso, trapeando con impunidad, incluso el sitio exacto donde el lugar apareció por primera vez.
Sentí compasión por los nuevos dueños, que no sabían que en esa casa había un lugar, un puntito más pequeño que un átomo en el que las cosas nunca llegaban a caer.




BIOGRAFÍA

René Ricardo de la Barra Saralegui: nace el 15 de junio de 1962, en Valdivia, Chile.  Pasa la mayor parte de su infancia y adolescencia en Temuco, en donde nace su vocación literaria. En 1980 inicia sus estudios de Medicina en la Universidad Austral de Chile (Valdivia). En plena dictadura militar, forma parte de las Juventudes Socialistas, participando activamente en la recuperación democrática y en la creación de la revista de la Escuela de Medicina, que a su vez dirige.
Una vez que se produce la vuelta a la democracia en Chile, deja de participar en política y se dedica por completo a la medicina.
En 1994, retoma de lleno su actividad literaria.
El  año 2001, se traslada a Buenos Aires, República Argentina, para cursar la especialidad de Psiquiatría, retornando a Chile el 2004. Desde entonces, reside en Puerto Montt, Chile. Está casado con María Edith Oliva; es padre de 4 hijos (René, Víctor, Felipe y Catalina), y tiene dos nietas (Amanda y Tiare).
El año 2012, recibe un nuevo impulso en su carrera literaria, al resultar finalista en un concurso de micro-cuentos en México, y al ser invitado al "V Encuentro de internacional de escritores", en Tarija, Bolivia. A fines de ese año, publica "Barrio bullicioso"; luego publicará dos libros más.
A la fecha, ha escrito cinco libros de cuentos, tres novelas, un poemario y un estudio monográfico sobre la mitología de Chiloé.
Ha publicado en las revistas Casa de las Américas, Insomnio, Palabras diversas, Punto de libro y Acantilados de papel, entre otras. Sus poemas y cuentos forman partes de antologías como "Recitario Nacional",  “Épica Batalla y otros cuentos breves”, "1000 poemas a Miguel Hernández", "500 obras a Oscar Alfaro", “Érase una vez…un microcuento II", "Márgenes Azules". 

Libros Publicados:
"Barrio bullicioso", 2012
"La bañera de Efraín", 2014
"El extraño hechizo de la noche", 2014



sábado, 25 de octubre de 2014

COLABORACIÓN DE AGUSTÍ PERICAY PIJAUME: BARBIES,NANCIS Y CHOCHONAS






BARBIES, NANCIS Y CHOCHONAS 
por Agustí Pericay Pijaume

Había quedado con mis hermanos en la casa familiar después del entierro. La ceremonia fue todo lo sobria que podía ser, teniendo en cuenta que dentro del ataúd solo había una urna orgánica con las cenizas de mamá. Nadie entendía por qué había insistido en su testamento vital en que se la incinerase. Todos la creían una católica devota, aunque, desde que quedó viuda de papa teníamos la sensación de que había florecido como persona, al estilo como florecen las rosas en primavera: progresiva y espectacularmente.

Jaime, el mayor, y su esposa solo hablaban de las posibilidades que tenía ese enorme caserón perdido en mitad del campo, sin duda alguna ya habían pedido algún presupuesto para convertirlo en un hotelito rural. Lidia, mi hermana, fingía un falso respeto por la difunta; todos sabíamos que el ludópata de su marido la había dejado seca y necesitaba su parte de la herencia como el aire que respiraba.

Intentando alejarme de ese par de cretinos que repasaban todos los rincones del dormitorio, buscando las joyas de nuestra madre, subí a la que había sido mi habitación de la infancia. Estaba igual que hace doce años, el día en que me fui de casa, supongo que ella la había mantenido así porque nunca perdió la esperanza de que fracasara en mi objetivo. Y de producirse esa situación en algún lugar habría tenido que refugiarme y que mejor sitio que en casa de mamá.

Todas las muñecas seguían en las estanterías: infinidad de Barbies, Nancis y Chochonas se amontonaban, vestidas con sus infumables vestiditos rosas con brillos de princesa. Si las muñecas y el rosa infundían carácter, mis padres hicieron una grandiosa inversión. Al final siempre acababa jugando con los Madelmans y los Geipermans de mi hermano, con el consiguiente cabreo por su parte (el gen egoísta siempre había sido, y seguía siendo, muy fuerte en él). En el armario se amontonaban todos los vestiditos rosas y a rayas de colores chillones. No se dieron por vencidos ni cuando se enteraron que tenía camisetas y pantalones tejanos viejos de mi hermano escondidos en la caseta del jardín y me los cambiaba para ir a jugar al pueblo. Cuando destruyeron el alijo de ropa de chico que tenía escondido, les respondí rapándome la cabeza con la rasuradora de mi padre. Al descubrir en el suelo del baño todos los preciosos rizos rubios que mi madre se afanaba en cuidar para que su niña fuese la princesita de papa, se deshicieron de la maldita máquina y desde entonces mi hermano y mi padre tiraron de peluquería. Se empeñaron y esforzaron muchísimo en intentar transformarme en la niña adorable y repelente que la sociedad les exigía. Solo lo consiguieron con la complaciente y manipulable de mi hermana.

A los doce años ya estaba fuera de control, conseguía raparme la cabeza continuamente y siempre vestía como un chico. Continuamente me juntaba con alguna pandilla peleándome con todas las demás pandillas de los chicos del barrio. Esos disgustos fueron los que acabaron matando a mi padre, según mi madre, que me lo echaba en cara continuamente. Por lo visto el colesterol y la cirrosis alcohólica no tuvieron nada que ver. ¡Vaya!, guardó todos mis rizos dorados en una cajita junto las muñecas.

Entre los libros que jamás devolví a la biblioteca encontré todos los trabajos que la profesora Rosita me corrigió. Siempre fui buena estudiante, tenía una facilidad innata para recordar datos y fechas, lo que me hacía muy buena estudiante de humanidades. La Señora Rosita, siempre tuvo fe en mí. Feminista recalcitrante, se aseguró de que leyese a todas las escritoras feministas que pudo, sin duda alguna estaba convencida que yo era una mujer lesbiana igual que ella. ¡Qué equivocada estaba! Durante toda mi adolescencia fui consciente de que me atraían sexualmente las mujeres, pero no porque yo fuese una mujer homosexual; me atraían porque yo me sentía completamente como un hombre. Como un hombre atrapado en un cuerpo equivocado. ¡Qué broma más cruel del destino!

A los diecisiete años, con un trabajo de reponedor en el centro comercial, me fui de casa. Me puse a vivir con Martha. Que gran fracaso. Fue cuando descubrí que hacía falta mucho más que amor para conseguir que una relación funcione. También descubrí con gran sorpresa que, el vivir alejado de mi familia me proporcionaba muchísimo tiempo, claridad y espacio en mi mente. Era el que hasta ese momento había usado con un solo fin: luchar contra la presión que ellos ejercían sobre mi identidad sexual.

El disponer de tanto tiempo extra me permitió dedicarlo a mi pasión: la fotografía. Junto a los libros estaba mi primera cámara digital; sin duda alguna en el antiguo ordenador estarían todos mis primeros trabajos y arreglos hechos con un rudimentario Photoshop. Desde ese momento mi vida profesional se disparó, empezaron los premios y enseguida vinieron los primeros encargos y los trabajos para revistas de moda y magacines culturales. Con el éxito empecé también mi transformación, quería que mi cuerpo estuviese acorde con mi mente e inicie el tratamiento para mi cambio de género.

Junto al tratamiento hormonal empezaron las operaciones, primero eliminándome los pechos y después realizando las dolorosas y complicadas operaciones para crearme unos genitales masculinos. Al final no reconocía al hombre que veía ante el espejo, pero sin duda alguna era lo más parecido al hombre que deseaba ser.

Por suerte tenía un trabajo en el que no se te valora por quien eres sino por la calidad de lo que realizas. Nunca he dado explicaciones a nadie, y procuro no relacionarme excesivamente con la gente del mundo de la moda pues son infantiles y superficiales en grado superlativo. Tengo mi familia, Rose me ha acompañado durante todo este viaje transgénero y los dos hijos que me ha dado gracias a la inseminación artificial, son lo que hace que me levante y sonría a la vida cada día.

Ahora miro a mis hermanos y me rio de sus convencionalismos sociales. Están convencidos de que soy un fracasado; bueno, fracasada para ellos, que aún me tratan con el género equivocado. Pero en realidad los fracasados son ellos, uno viviendo la vida de su esposa, planeando un negocio del que dudo que tengan el capital y la experiencia para ejercerlo; la otra, viviendo a remolque de una relación que la está destruyendo y de la que no puede desprenderse por temor a que la sociedad la juzgue.

Sobre los cojines de la cama descubro una carta con mi nombre escrito en el sobre. Es de mi madre: dentro hay una nota y una llave. Me sorprende que haya tenido el detalle de hacerme llegar un mensaje póstumo. Tengo dudas sobre leerla o no, ya que la última vez que la vi hace doce años nos dijimos cosas muy duras, y no sé si estaré preparado para escuchar una sarta de reproches de alguien que siempre me dejo muy claro que yo había sido su gran decepción.

        -Querida Alexandra, hace diez años que no se de ti, deseo pedirte perdón por todo el daño que te he hecho en mi ignorancia. Fui educada en un mundo en el que los hombres eran hombres y las mujeres, mujeres. Cada uno tenía su rol asignado desde el momento de su nacimiento, eso nos lo repetían continuamente en la iglesia y en las reuniones sociales de moralidad. Cualquier cosa que se desviase de esos roles debía ser considerado y tratado como una aberración. Ninguno de esos meapilas podía aceptar que Dios se hubiese equivocado tanto contigo.
        Desde que te alejaste de mi vida, he intentado llenar el vacío de nuestras discusiones con sabiduría. Primero buscaba el consuelo de la iglesia, pero el falso amor disfrazado de resignación que me recetaban no calmaba mi alma. Y busque ayuda en el centro cívico. Conocí un grupo de padres de hijos homosexuales que me enseñaron a sustituir la fe por conocimiento. El conocimiento me llevo a conocer a un pequeño grupo dentro del grupo formado por padres de chicos y chicas transexuales.
        El conocerlos a ellos y la historia de sus hijos e hijas me permitió descubrirte de nuevo a ti. Al niño asustado y molesto por tener vulva en vez de pene, al adolescente que busca su amor y tiene que ocultar sus pechos bajo una faja y odiarse a sí mismo cada mes con la menstruación. Al hombre que tiene que sacrificar gran parte de su juventud y su salud para poder tener el cuerpo que se corresponde con su cerebro.
        Ahora me maldigo a mí misma por haber permitido que te alejases tanto, porque el deber de una madre es acompañar a sus hijos en el viaje hacia su desarrollo pleno, y contigo fracasé estrepitosamente. Puse todas las trabas imaginables e inimaginables en tu camino para que no lo consiguieses. Y ahora, daría todo lo que tengo para que, en alguna de sus interesadas visitas, alguno de tus hermanos me diese alguna noticia sobre ti, si te va bien o si has conseguido tus objetivos.
        Esta mañana el doctor me ha diagnosticado un cáncer de pulmón, y no me gustaría morirme sin poder decirte lo orgullosa que me siento de ti, te escribo estas líneas para que sepas que ya no soy esa mujer que odiabas, he mirado al interior de mi alma y he podido ver a la maravillosa persona que vivía dentro de ti: Alex.
        Tu madre que te respeta.

        Posdata:
        He puesto la casa a tu nombre, y las joyas las tengo en una caja del Banco Central que abre esa llave que está dentro del sobre.

Una lágrima recorrió mi mejilla. Por un instante pensé: ¡Los hombres no lloran! Que cojones, descubrir que tu madre había podido cambiar tanto, bien merecía una lagrima… o dos.

Agustí Pericay Pijaume




Agustí Pericay, un artista multidisciplinar, compagina su oficio de profesor de disciplinas artísticas (cerámica, joyería, comic, dibujo y pintura) para niños, jóvenes y adultos con el servicio de recepción en el pequeño hotel de turismo rural que regenta su familia.
Si queréis conocer más cosas de la obra de Agustí Pericay podéis visitar
 o en facebook

miércoles, 15 de octubre de 2014

CRITICA SOBRE LA VERDAD. REFLEXIONES DE ARNIEL LEVIS





Tengo la alegría y el honor de compartir con vosotros una colaboración en forma de reflexión del escritor Arniel Levis, un compañero de fatigas en la revista gratuita GAY+ART.

CRITICA SOBRE LA VERDAD. Por: Arniel Levis


En un rompecabezas las piezas encajan perfectamente para dar vida a una escena que bien puede reflejar la hermosura de una imagen, las piezas con aristas únicas van encajando para poder colocar las próximas piezas en perfecto orden, no se puede tratar de encajar piezas que no corresponden al lugar que ocupan porque el tablero se va desfigurando hasta dar una mal hecha figura. Dando como resultado escenas que no tienen lógica ni forma correcta  y si nuestra terquedad continua,  seguimos colocando estas piezas sobre premisas falsas que lejos de aclarar el panorama va desfigurando aún más la escena que queremos llegar a formar. El resultado en una obra falsa que hemos construido en base a querer encajar a la fuerza piezas donde no van.

El rompecabezas va haciéndose más pesado porque hemos decido forzar las piezas, y hemos buscado posibles soluciones a nuestra inicial traspié, frustrados hemos escudriñados lugares diferente por dónde empezar, pero no importa por donde lo tomemos si las base están malas y por lo tanto nuestro rompecabezas nunca encajará. Como última solución buscamos las vías fáciles tratando de negociar la correcta posición de las piezas basándonos en la pasión y el deseo de que nuestra visión sea entendida, vendiendo nuestra alma y enfrascándonos en inútiles diatribas   para poder justificar lo injustificable.

¿Y si la  verdad como la el rompecabezas debe ser  construida en bases sólidas para evitar que la colocación de piezas discordante vayan torciéndose hasta dar un panorama nada agradable de nuestra propia vida?, intentando encajar situaciones que no encajan y dando grandes discursos en pos de justificar nuestra propio descalabro mental, la verdad como habito iría dando al tras luz de un escenario firme un rompecabezas que tiene cierta lógica, puestos nuestras premisas tiene el sentido estricto de la realidad y esta a su vez permite la colocación de las piezas exactas que encajen y vayan ampliando un rompecabezas bien hecho, que no necesita mayores explicaciones que las de presentar una imagen diáfana de lo que somos, una imagen clara de los que anhelamos y el respeto  por quienes nos rodean.

La verdad no necesita presentación ni mayores explicaciones, brilla con una luz propia y esto hasta un niño lo sabe, porque con escrupulosa visión ha puesto el mayor empeño en tratar de que su rompecabezas no se distorsione, y hay un brillo en sus ojos una vez colocada la última pieza de su gran obra, se siente realizado y feliz del trabajo bien hecho. Hay un deseo por continuar viviendo y realizando obras de mayores envergaduras, su verdad ha sido puesta siguiendo el más estricto orden de un sentido crítico y de duda ante las cosas que no entiende, cambiando nuevos esquemas para adaptar la verdad a como se produzca en un momento dado y no a un pensamiento previo y obstinado de lo que fue su verdad alguna vez. Cambiando esquemas, cediendo en opiniones, desglosando maneras de pensar y buscando en único norte que lo satisfacer, la verdad plena y la felicidad como medio de trasporte en donde transitar el mundo. El hábito de la verdad. 





martes, 14 de octubre de 2014

ALTURAS Y PROFUNDIDADES. POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ.






 ALTURAS Y PROFUNDIDADES


         El hombre de las profundidades contempló una vez más las simas en que se contenía su reino, los hoyos de distancias invertidas que se prolongaban más allá de lo medible, mostrando relieves dispares en los breves relámpagos de luz, provocados por la electricidad estática de infinidad de seres que se mezclaban en una bacanal de roces ciegos. La fauna abisal iluminaba, con gamas increíbles de colores y formas indescriptibles, aquella belleza de naturaleza oscura y oculta.

     Contempló cómo se expandían en fosas verticales, escarbando  con hambrientas lenguas de agua el fondo en busca de alimento invisible a los ojos en la mayoría de los casos, donde la presión, el frió y la oscuridad anunciaban el límite de la vida. Admiró los cráteres colonizados por la vida, huellas del impacto cósmico de algunos meteoritos. Atisbó los barrancos y cañones, frescos regazos donde reposaban riachuelos y arroyos, regueros y torrentes fusionados con los océanos: todo lo que aspiraba a ser centro y entraña del mundo.

      Sabía, o mejor intuía, la existencia de un mundo más elevado y de un ser que como él, lo poseía y  regia. Se confesaba a si mismo que estaría bien conocer aquello que crece en busca del ciclo. A pesar de todo, en silencio, hace recuento una vez más de sus pertenencias, consciente  de ser la mano que ejecuta un plan superior ineludible. 

El hombre de las alturas elevó la vista hacia sus dominios. No dejaba de asombrarse ante el hecho de que, cuando ascendía hasta lo más alto del territorio, todo a su alrededor parecía elevarse, dejándolo nuevamente sumido en una altura menor. Lo comprobaba una y otra vez e intentaba disfrutar con ello. Se exaltaba por el paisaje de nieves eternas, de cielos sin nubes bajo un sol constante. Durante las noches daba la impresión de que, alargando la mano, se podía cosechar un racimo de parpadeantes estrellas burlando la vigilancia del guardián lunar.
No obstante, eran las aves las que ofrecían el espectáculo más bello a sus ojos. Sus formas y tamaños, especialmente concebidos para el vuelo, se dibujaban sobre un fondo de escarpadas y vertiginosas cumbres. Se deslizaban por los cielos en maravillosas coreografías aladas, al son de los ecos de la música inmortal del espacio sin fin.
Desde sus cimas, el hombre de las alturas observaba a veces lo que a sus pies se extendía y que, sin una razón fundada, sabia propiedad de otro individuo como él, al que le gustaría enseñar las maravillas de su elevada morada.

Ambos ignoraban que, cada veinticuatro mil años, se rompe el equilibrio de la Naturaleza, sin ninguna razón aparente, como si el único enemigo fuera ella misma. Como se troca la impureza en virginidad, la locura en juicio y la nada por el todo, las alturas y las profundidades se intercambian con el fragor de una contienda sin armas, con el estrépito de millones de rocas reorganizándose en una permuta imposible. Se suspende el tiempo y se concentra la vida en una diminuta semilla que brotará nuevamente sobreviviendo a aquella vorágine.
Justo en el ecuador de la mudanza ambos hombres se encuentran al mismo nivel. Solo durante un ínfimo fragmento de la mínima fracción de segundo. Es suficiente, no obstante, para que ambos se miren a los ojos, se reconozcan en la repetición de un cataclismo similar que se viene produciendo sin principio dese el infinito de los tiempos. Tiempo suficiente para que aquel tenue deseo sembrado en su interior de conocer lo opuesto, aquello que a que cada uno es vedado, germine, crezca, se desarrolle, de fruto y se seque donde nació. Y es que, al instante siguiente, el hombre de las alturas se despierta como señor de las profundidades y su desconocido acompañante se viste con la túnica de las alturas, enterrando bajo el polvo del olvido su afán común: un efímero milagro que son incapaces de alcanzar llamado comunicación.

martes, 7 de octubre de 2014

EN EL FONDO DE MI CONCIENCIA por DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ







La nostalgia y la ternura han conseguido que incluya este relato. Pertenece a la "prehistoria" de mis comienzos, siendo uno de mis primeros relatos de juventud. Por aquel entonces era muy idealista y tal vez, en cierto modo, siga siéndolo en el fondo de mi conciencia.


EN EL FONDO DE MI CONCIENCIA

En el fondo de mi Conciencia, en mi interior viajaba yo y en la Sala de los Sueños del Palacio del Corazón del hombre fui a encontrarme. Allí fui a parar como un desconocido encuentra el Manantial de la Sabiduría Arcana y del Sencillo Conocimiento. Conocimiento que va más allá de las palabras, los gestos y la memoria, que es más un devenir de la Verdad que una voluptuosa marcha de la mentira e ignorancia.
Marchaba yo por toda la lujosa Sala, llena de los semblantes mis miedos y seguridades, de las puertas de los fantasmas de mis penas y alegrías, las de las mascaras de mis victorias y frustraciones… Saludando uno tras otro a estos mis diferentes egos como a prestos desconocidos con los que no quisiera relacionarme con toda profundidad, me encontré sin dame apenas cuenta en un Jardín paradisiaco en el que a pesar de ser manifestación de una eterna Primavera, se mostraba el desgarro de las zarpas de un Inverno mortal. Era inmenso, lleno de posibilidades.
Ante mí, de entre las sombras de mi mente, las sombras de aquello que se negaba a aceptar, salió un espectro de lo que fue hermoso, pero que ahora se encontraba enternecedoramente desfigurado y desvalido: la así misma mentada Libertad. Su rostro se encontraba envejecido, sus ojos mostraban los abismos del sufrimiento de la esclavitud. Sus mejillas ya no tenían el color rosado de la alegría, ni sus manos la suavidad de la Esperanza inalterable; sus dulces labios apenas tenían ya los besos reconfortantes de la Paz. Veíase herida en su esencia, en su origen, más no en su final, pues la Libertad jamás moriría del todo y esa era su larga agonía.
Lentamente me acerqué a ella y un escalofrío recorrió mi ser al pensar en que hubierala acontecido para que su inigualable belleza estuvierase marchitando. Poniendo su desvaída mano derecha sobre mi frente me dijo:
-He aquí que yo he de hablarte en enigmas, porque todo lo que Soy y todo lo que tú Eres va más allá de la comprensión. Soy, como bien has deducido, la Libertad, hija de la Conciencia y más exaltada en la conciencia del hombre. Agonizo y mi tormento es ilimitado, pues la libertad fue concebida, gestada y parida para nunca morir aunque si padecer y en ocasiones verse desfigurada por los antojos de la misma voluntad dada a los hombres… aunque no de todos. Camino junto a vosotros en vuestras vidas, junto con una Conciencia en Libertad.
Aliviada por revelar lo revelado suspiró dolorosamente, mientras su mirada se dirigía hacia un rincón del Jardín donde la yerba ya no nacía, ni los arboles daban sus frutos, donde las flores tiempo ha habíanse marchitado; donde las teóricas e imposibles nieves de la esclavitud se posaban con intención destructora. Tomó mi mano y con dulzura de mirada, anhelante de que comprendiera, me invitó a seguirla y yo la seguí. Y me mostró mejor ese extremo del Jardín que antes era llamado Dádiva, mas que mudo recientemente su nombre en Egoísmo. En él se tendió, cansada, sobre las impolutas nieves. Allí yacía aquella que se revivía a sí misma, pero que ahora se encontraba también enferma y ligeramente deformada.
La Libertad abrió su boca y vertió su corazón por ella al decirme:
-En ocasiones enjauláis la Vida en cárceles de oro o de hierro oxidado… Lo mismo da… Me encarceláis y esclavizáis haciéndome criada vuestra. ¡Yo no soy vuestra esclava aunque estoy para serviros! Si yo muriera moriríais. Sin mi pereceríais irremisiblemente, porque más pertenecéis vosotros a mí que yo a vosotros. Yo lo albergo todo, mas vosotros solo podéis albergar la nada que sois y el algo que podéis llegar a Ser si sois fieles y rectos en vuestros corazones.
¡Pobre del pájaro que conoció la libertad, pues esos cielos y esa vida siempre anhelara y estarán en el! ¡Y pobre del Ave que ya nació esclava! ¿Acaso no intuye que la libertad está más allá de lo que los barrotes le han permitido conocer? ¿Acaso desde ahí no ve a otros de los suyos volar? Pero él, ni siquiera puede desplegar las alas en su plenitud y alzarse a la independencia, pues no sabría qué hacer con ellas sin aprender a planear y aprovechar la fuerza de los vientos.
-Esclavizáis tantas cosas bellas y hermosas para destruirlas o transformarlas en feas… ¿Es que acaso el resto de lo Creado no tiene el mismo derecho a Ser que vosotros? ¿Os creéis extremadamente mejores que un árbol o una flor? Yo os digo que no, que cada cosa está en su sitio, tiene su valor y su sentido irremplazable. Vosotros jamás podréis tener frutos colgando de vuestros dedos y contemplar como maduran; o servir de cobijo a los nidos de los pájaros. Jamás seréis flores ni tendréis pétalos, ni las abejas libaran de vuestro cáliz. Jamás seréis montañas, ni valles, bosques, océanos, estrellas o soles…Nunca seréis Agua pura y cristalina que pueda refrescar la Sed del sediento o no ser que antes os dejéis purificar por ella misma. No sois mejores que estas cosas, sino que formáis una hermanada con ellas.
Y en cuanto a vosotros os estáis esclavizando al no tener aire que respirar, al no tener un lugar donde yo os pueda acoger y vosotros Vivir, al no tener alimentos que tomar, al no poder expresar y defender vuestros pensamientos y sentimientos, al consentir ser aplastados por una sociedad que os despersonaliza y reduce a meros números que se pueden manejar e incluso sacrificar al antojo de unos pocos a los que concedéis el poder; al ocultar vuestras realidades y disfrazaros con la máscara de la hipocresía y el disimulo. Al no tener tiempo, sencillamente, de Vivir y Amar… ¡Liberadme! ¡Por caridad a vosotros mismos y por la defensa de vuestra dignidad! ¡Liberadme!
¿Quiénes son capaces de presionar su mente y la de los suyos, destruir la dignidad que hace honesto al hombre ante sí mismo y ante lo creado? Solo locos, mentes enfermas, orgullosas y autosuficientes hambrientas de poder y desmesurada autoestima  que olvidan sus orígenes para infantilmente, pero en ocasiones con efectividad malsana, intentar construir un modelo de futuro, un poder, un dominio  que no les corresponde solo a ellos dominando así lo más inherente de ser humano.
-La Libertad es tan difusa y extraña –dicen los hombres-. No tiene faz, ni ojos, ni oídos, su imagen se nos desdibuja y parece inalcanzable, pero está…No sabemos dónde, pero está. Y cada uno intenta imponer al otro su concepto de libertad.
Ved en este jardín la maravilla de la Libertad. Todo es armonioso, a pesar de que el invierno se cierne peligrosamente sobre él. Aquí, el árbol da libertad a sus ramas, hojas, yemas y frutos para que se desarrollen como quieran; aquí, la hierbecilla no lucha, no coarta la libertad de la flor que comparte tierra junto a ella, sino que la comparten. La libertad de ser como se es y manifestarse coherentemente con ello es respetada.
Solo vosotros, en abundantes ocasiones, rompéis ese respeto destruyendo sin razón coherente, por puro morboso placer, lo que se os antoja. ¡Luchad por aquello que también os pertenece! Que no os dejen sin la libertad de ver la flor, el rio, la nube o la hoja caer del Árbol. Que no os dejen sin la libertad de Ser, de ser Vosotros mismos, de luchar en contra de convertiros en un número, en un ladrillo anónimo  en el monstruoso muro de la sociedad que os atrapa.
Y así ella me habló. Y nada más pude decir porque el asombro de lo que había escuchado me obligaba a permanecer callado y, aun perplejo, como si un viento dorado arrasara las imágenes convirtiéndolas en pensamientos, todo desapareció.


Salí del Jardín, de la Sala, del Palacio de mi Corazón; volví al “mundo verdadero” que me rodeaba, a la limitada realidad que existía fuera de mí. Y una gran tristeza y esperanza me invadieron como hermanos gemelos de un mismo parto.
En mi fría celda todo cobraba su forma y de la oscuridad resucitaron poco a poco la amplia gama de grises. El amanecer surgía, y los primeros rayos de luz traspasaron la pequeña ventana con barrotes cayendo sobre mi cual espíritu de Dios sobre la Virgen María en la Anunciación de la buena nueva. De mi ensoñación salí, me levanté del camastro y me aproximé al ventanuco. El minúsculo capullo de una hierbecilla aferrada entre las piedras había florecido durante la noche, y sobrevivía…
No recordaba cuantos años hacia que estaba privado de mis libertades, ya perdí la cuenta. No tenía espejo en el que mirarme y comparar mi rostro con el del pasado; y mi cuerpo a fuerza de ser visto día tras día, mes tras mes, año tras año, no me servía de gran referencia pues sus cambios habían venido poco a poco, con el sigilo de un ladrón nocturno. Me encontraba más delgado, con arrugas donde antes veía tersura, con canas donde antes el color era de ala de cuervo. ¡Muchas estaciones había  contemplado a través de mi ventana! ¿Cómo sería ahora el mundo? Aparte del sol, nubes, lluvia, nieve y viento, los altos y feos muros de color gris tierra solo me permitían ver, a lo lejos, altísimos edificios de metal y cristal. ¿Seguiría todo como lo conocí o ya los niños no sabrían lo que era contemplar las estrellas? Recordaba haber visto alguna a través de los contaminados cielos, pero no estaba muy seguro. Tal vez fuera un satélite de vigilancia.
Estaba preso, estoy preso y posiblemente lo estaré hasta el fin de mis días. Cometí el crimen de rebelarme en mi conciencia y por lo tanto contra algunas  normas y formas de vivir que pocas veces entendí pero acaté hasta  que dije: ¡Basta! Quería vivir a mi manera, según mis normas. No hubo crímenes, ni atentados, ni sangre vertida. Quise hacer comprender a la gente que no podíamos continuar como hasta el momento, que nuestros descendientes merecían algo mejor que las ruinas y basura que les estábamos dejando como herencia. Al hombre le estaba siendo también castrando el espíritu para no poder realizarse y perpetuarse a través de su existencia. Clamé por las calles entre monstruosos edificios, ruidos ensordecedores, entre maquinas con forma de hombres que imponían una sola manera de pensar, vivir, amar. Sé que algunos escucharon y comprendieron. Esa es mi victoria. El despertar de la conciencia del hombre.
¿Y yo? ¿Qué como terminé? Como un loco, encarcelado en una habitación con paredes acolchadas, recibiendo mi alimento de una maquina impersonal y satisfaciendo mi higiene por medio de otras. Desde  que me internaran aquí no he visto, ni oído, ni hablado con ser humano alguno. Mis conversaciones son conmigo mismo y, en ocasiones, con distintos habitantes del Palacio de mi Corazón, cuando tengo la suerte de visitarlo. Pero sé que no estoy loco. ¿O quizás si? Solo sé que no me siento preso del todo pues hace tiempo que comprendí que la Libertad, la verdadera libertad está dentro de mí; es la libertad de espíritu de mi conciencia. El universo entero se encuentra dentro de mí y no solo en lo que me puede rodear. La libertad de cuerpo es importante, esencial, pero cuando te es arrebatada no por ello se debe sucumbir al total dominio del hombre por el hombre. Siempre quedará en un rincón el germen suficiente para brotar cuando los tiempos sean propicios. Para  el alma, por llamarla de alguna manera, no hay más cadenas que las que yo pongo por miedo a asumir mi vida y mis responsabilidades con valentía y los pesos que mi conciencia no compensada me amarren.
Un día vendrá el nuevo Reino al Corazón del Hombre y todos comprenderán. En verdad que siempre se es libre si se penetra en la sala de los Sueños y se hace sin miedo.

¿Son imaginaciones mías? ¿Oigo pasos? ¿Hay alguien tras la puerta de mi celda?

viernes, 26 de septiembre de 2014

LUNA DE PERIGEO. POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ



La Superluna es una suerte de efectos especiales que nos
regala la naturaleza y que se completarán con las mareas
extremas. Por siglos se ha reconocido la influencia de la luna
en la agricultura y las mareas, así como en los ciclos
menstruales y nuestras emociones.

LUNA DE PERIGEO

Con los pensamientos evadidos, en una realidad distinta de la que pisaba en esos momentos, Vicente abrió la puerta del edificio y se introdujo en el ascensor. Apretó mecánicamente el tercero, que sobresalía de entre otros números de la pared del pequeño espacio y, una vez en el piso solicitado, salió al rellano y se dirigió hacia la puerta: el 4 B.

Como si la llave que acababa de introducir en la cerradura hubiera removido también sus conexiones neuronales, recordó de pronto que no había recogido el correo de su buzón que, por pereza o descuido, tendía a acumularse con frecuencia.

A medida que habían avanzado las horas mañaneras también se había incrementado su impresión de que cualquier cosa que realizara ese día le iba salir mal. Vivía esa amarga sensación, más o menos subjetiva, de haberse levantado de la cama con el pie izquierdo, como se suele decir coloquialmente.

Pensó, por un momento, que podía recoger sus cartas y la inevitable publicidad al día siguiente. Ahora lo que le apetecía era acostarse y esperar que al despertar todo hubiera sido un mal e imposible sueño. Pero la intuición, uno de sus sentimientos premonitorios a los que intentaba hacer caso, le empujó nuevamente abajo. Mientras deshacía el camino recorrido segundos antes, repasó una vez más los extraños acontecimientos del día.

Nada más levantarse había comprobado, pasmado, que la báscula añadía otros dos kilos a la cifra que le diera días atrás. Cada vez que se pesada se prometía sí mismo que nunca más volvería a pisar artilugios tan malignos cargados por el diablo, tan peligrosos como las escopetas de caza. En realidad no transcurría más de una semana sin que cediera a la tentación, para volver a comprobar que la ilusión de adelgazar seguía siendo una quimera; un deseo inalcanzable. No disminuía un gramo a pesar de su dieta diaria,  del desayuno austero de cada mañana antes de partir hacia el trabajo y que, en ese día, había sido interrumpido al derramar su taza de té rojo sin azúcar. Masculló algunas maldiciones, pero sacando a la fuerza su vena optimista, se alegró de que al menos el té, como siempre, estuviera frío. Así se librado de una posible quemadura incómoda y todo quedó solucionado con cambiarse de camisa.

El día continuó torcido, porque con el inesperado percance llegó tarde a su trabajo y, preocupado por el retraso, tardó en entender que su jefe había elegido ese día para comunicarle, entre vagas justificaciones y una apariencia de pesar fingida y ensayada, que debía despedirlo por ajustes de personal y que dejaría de trabajar en dos semanas. No supo que decir; por otro lado hubiera sido inútil.

Estaba ante los buzones. Los contemplaba con cierta indiferencia mezclada con gotas de repulsión ante las inevitables facturas que, en el futuro, no sabría como afrontar. Tenía ganas de volver a subir rápidamente a su casa y llamar a Javier, al que consideraba su mejor amigo, para contárselo todo, vomitarlo como si fuera una indigestión con nauseas tras una comida en un restaurante de higiene cuestionable. Necesitaba desahogarse, comunicar a alguien su impotencia y frustración, oír unas palabras de ánimo, compartir las neblinas con que el destino parecía cubrir su horizonte.

Sacó abundante publicidad acerca de odontólogos, reformas caseras a bajo coste, ofertas de supermercados, comidas a domicilio, catálogos de muebles que no había solicitado y seis cartas. De entre las del banco temido, una llamó inmediatamente su atención. No tenía remite, pero en la dirección reconoció la letra de Javier: pulcra, firme y ligeramente inclinada a la derecha.  No pudo evitar abrirla con extrañeza y leerla, mientras sus pies, acostumbrados al acto automático, le llevaban de vuelta, ahora ya definitivamente, a su vivienda.

Antes creería a adivinos apocalípticos anunciando que el fin del del mundo se produciría al día siguiente, que imaginar que fuera cierto lo que estaba leyendo. Su mejor amigo le confesaba su amor en aquella carta inesperada en la que se culpaba de que, a pesar de la gran confianza entre ambos, le era imposible comunicárselo personalmente; que le era duro, que tenía miedo a su reacción. Añadía que le visitaría a mañana siguiente para tomar un café.

Vicente sintió como la amistad había sido asesinada por el amor. Las lágrimas acudían a sus ojos hasta anular su visión y su mente, a una velocidad que le mareaba, procesaba la situación de anticiparse a los frutos de la visita de Javier, al día siguiente, en un ardor de una pasión que estaba muy lejos de compartir. Un amor ante el cual no podía corresponder, una situación ante la cual no sabía actuar.

¡Se ahogaba! Las paredes, el edificio, el mundo se conjuraban para cercarlo por los cuatro puntos cardinales y aplastarlo en el centro de todas las cosas, en un extraño lugar de su mente donde todo venía a nacer y todo acababa por morir en la nada. ¡Extraño cumulo de sensaciones las de aquel día!

Salió a la terraza con la carta arrugada, convertida en una bola de papel deforme, que apretaba en el interior de una de sus manos. Fuera, tomó aire profundamente un par de veces en inspiraciones largas y pausadas, regeneradoras, concentrado en el ritmo de su propio aliento, con los ojos cerrados a todo lo que físicamente le rodeaba.

Cuando los abrió, la visión que se iba deslizando delante de él le dejó inmóvil y carente de voluntad. Una super luna llena enorme asomaba casi en su totalidad por encima de los edificios, con una majestuosidad activa, a la vez que intimidante, de ciertos tonos rojizos. Era una de las varias lunas de perigeo que tenían lugar en ese año y de las cuales apenas se había percatado. En cierta medida era un efecto óptico. La ilusión se producía cuando la Luna está cerca del horizonte. Por razones no comprendidas completamente por los astrónomos y psicólogos, las lunas a baja altura se perciben anormalmente grandes cuando se las ve a través de árboles, edificios y otros objetos en primer plano. Cuando la ilusión de la luna amplifica una Luna de perigeo, el orbe hinchado saliendo por el este, al atardecer, podía parecer muy cierto.

Vicente había oído, tiempo atrás, una poesía que recitaba como la luna se batía a cada noche en duelo con las estrellas. Esta vez, sin duda, la luna había ganado uno de los combates. Ya asomaba su faz sepulcral de fuego blanco, como si anunciara que aquella victoria fuera la definitiva.

Contemplo la manera en la que el astro ascendía el horizonte a medida que su cara redonda empequeñecía. Permaneció un rato más absorbiendo aquella energía cósmica, confundido ante la infinitud e intemporalidad del universo. Cuando entró en la sala de nuevo percibió como una nueva fuerza, ya temporal, dirigía sus movimientos.

Al menos había paz interior…