lunes, 1 de diciembre de 2014

CULO VEO, CULO QUIERO. POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ






CULO VEO, CULO QUIERO

Los refranes tienen su aquel y en este caso puede censurar jocosamente a los caprichos, a quienes se les antoja cuanto ven. ¿O tal vez no siempre es aplicable? 


Es buena hora en el parque, en estas fechas, mediados de septiembre. Disminuye bastante el calor en la tarde, los aspersores que riegan algunas de las plantas estivales entran en funcionamiento y la gente se anima a salir de sus casas para pasear sola, con sus familias, con sus amigos o mascotas. Tras el letargo que produce en verano una comida copiosa y que se traduce en siestas de minutos, o de horas, la gente se anima, se arregla. Unos lo hacen de manera cómoda e informal expresada en pantalones cortos y camisetas de tirantes. Otros, los deportistas o con pretensiones de serlo, con ropas ceñidas u holgadas que facilitan sus movimientos rítmicos al correr o pedalear en bicicleta... Los hombres más osados se quitan las camisetas para lucir palmito con la excusa del sudor.

Los de más edad se dividen en varios grupos: aquellos que se visten con comodidad e informalidad, ya sea por falta de medios, ausencia de sentido estético o descuido, o los que engalanaran para ser vistos y admirados. En el tema de los niños la cosa es diversa, como los caprichos de los padres; ellos no tienen ni voz ni voto y la hora de jugar se ensuciaran igual si es que no son reprimidos por ser lo que son: criaturas explorando el mundo y disfrutando de el.

Por estar, no estoy escondido, pero sí discretamente situado. Algunos de mis compañeros están más a la vista, y posiblemente mejor situados. Yo me tengo que conformar con mi sitio, recalentado por el sol, esperando que alguien se acerque lo suficiente como para ser satisfechas mis curiosidades. Hay que permanecer alerta, inmóvil, paciente para lograr una buena perspectiva de los cientos de culos posibles y tener la suerte de que alguno se acerque a mí decididamente o con ciertas dudas. Me gustan todos, no puedo negarlo; pero tampoco puedo negar que tenga mis preferencias o predilecciones según qué día.

Algunos dirán que tengo algo de voyeur, pero mis necesidades van más allá de la mirada discreta de los glúteos. Hay una imperiosa necesidad de sentir las nalgas prietas o frágiles contra mí, comprobar si son inquietas o reposadas, si son constantes o irresolutas. Pocos caen en la cuenta en todo lo que un trasero nos puede contar de su  dueño si estamos dispuestos a aprender. Al principio somos incapaces de sentirlo, pero como en todo es cuestión de práctica y experiencia. Cada uno tiene su aroma primario, por decirlo de alguna manera elegante. Con el tiempo, desde donde me encuentro, puedo comprobar sí las nalgas se han transformado, cambiado de forma con el paso del tiempo. Pero, como digo, deseó más… Deseo sentirlas en toda su intensidad de extensión, de manera, a ser posible, sosegada, notando poco a poco cada pliegue, estría, poro o pelo nalgal si las telas lo hacen factible.

Muchos estaréis pensando que soy una especie de pervertido sexual con muchos complejos limitantes y que mi fijación es fetichista cuanto menos. Os puedo asegurar que no es así, que soy perfectamente normal, aunque incomprendido y que en muchos casos pasó desapercibido. Me hiere la indiferencia, pues alimenta la soledad que puedo llegar a sentir, especialmente en las noches. Como todos, quiero ser elegido, aunque solo sea por unos momentos cómplices o fugaces. Para algunos me he convertido, por razones que no logro entender del todo, en el banco favorito de descanso de sus nalgas agradecidas, ya sea por cansancio de piernas, juanetes, guarecimiento del sol cuando los árboles comienzan a dar sombra sobre mí en desgastados tablones de madera, o por mí discreta ubicación en el parque, ideal para confidencias, ya sea entre amantes o vecinos cotillas. Los ancianos que intercambian noticias de achaques y enfermedades, fallecimientos de conocidos o quejas acerca de hijos o nietos son también posaderas habituales.

Hay nalgas conocidas que han cambiado a lo largo del tiempo, como lo hacen las estaciones del año: primaverales, veraniegas, otoñales e invernales. Como banco nuevo y recién puesto en el parque llamaba la atención por el barniz brillante, por la ausencia de pintadas de grafiteros o de marcas de navajas o llaves en mi superficie impoluta. Hay nalgas ausentes y no sé qué habrá sido de ellas, si se habrán mudado de barrio junto a su dueño, o han fenecido con él. De vez en cuando reposan sobre mí traseros que son vacacionales, incluso extranjeros. En esas ocasiones me siento agradecido, muy cosmopolita e internacional. Siempre es interesante conocer culos nuevos.

Parece que se acercan traseros diversos en charla amena con toda la intención de descansar en mí. Depende de cómo se distribuyan puede que bascule un poco por la parte delantera izquierda, por donde el cemento ha comenzado a agrietarse. Ya se han sentado, los percibo también con mi respaldo; son muy distintos en forma, musculación y tamaño. Un hombre, una mujer y una niña. ¡Qué satisfacción más grande! Tienen al lado de mi apoyabrazos izquierdo un carrito de bebé. ¿Un posible culo para un futuro incierto, si es que llegó a permanecer aquí para entonces? No lo sé… Muchos bancos del parque están siendo reemplazados por modelos nuevos e incluso más ergonómicos. Mientras tanto disfrutó del presente y me siento realizado al cumplir el cometido por el cual fui diseñado: descansar los cuerpos y los panderos de mis creadores: los humanos.

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