martes, 26 de abril de 2016

EL AMARRE (Cuarta Parte-Fin)




EL AMARRE (Cuarta Parte)-Photography by Marko Popadic




Cuidado con lo que piensas, precaución con lo que deseas, serenidad a la hora de lo que pides al universo y los medios que  utilizas para adquirirlo: él se puede encargar de concedértelo estés equivocado o no. Eres lo que piensas, lo que sientes y si no eres consciente de ello, si no intentas poner freno o control a tus energías negativas, ellas te controlaran a ti.



EL AMARRE (Cuarta Parte-Fin)


José Luis miró a Pilar fijamente con aquellos ojos profundos y ligeramente extraviados bajo unas cejas anchas, densamente pobladas. Poniendo una mano en su hombro, le explicó nuevamente:

-Tenemos un Dios sexual, una religión sexual con un líder sexual -aclaró, tocando el pecho izquierdo de ella para recalcarlo- y un séquito de seguidores muy sexuales. El culto satánico en la actualidad, era en la mayoría de las ocasiones asociaciones o sectas como aquélla, en las que se practicaba el esoterismo y el sexo a discreción.

 -Lo sé. Ya me lo has dicho muchas veces -contestó sumisa al Oficiante.

-Éste es el momento. Hasta ahora sólo has vislumbrado el poder del dios verdadero, el único señor. Ha llegado la hora de que partícipes en una auténtica misa negra, y no en pequeños rituales introductorios. Si no te interesa este no es tu sitio –presionó, entrecerrando los ojos. 


A Pilar le gustaba la sexualidad. El prostituirse esporádicamente habría supuesto una verdadera fuente de placer y de dinero. Desde que descubriera aquella faceta de su personalidad, había mantenido numerosas relaciones con clientes escogidos, siempre a su gusto. Nunca feos, ni repulsivos. Ella se consideraba en condiciones de elegir. El dinero había vuelto a sus manos, la penuria parecía haber quedado atrás.


La comunión de integración sectaria se centraba mediante aquellas reuniones y su participación ritual. En este punto, estuvo a punto de echarse atrás, porque una parte de ella quería seguir adelante, mientras que otra, adormecida, le repetía: "esta gente está aún peor que yo”. 


-Es el comienzo... Si consigues unirte fuertemente a nosotros, pronto verás los resultados. Antonio, tu amado -susurró con malignidad disimulada- estará cada vez más cerca cuanto más partícipes; tu madre estará tu merced para siempre. No volverá a dañarte; tú serás su dueña.

Aquella noche Pilar recordó el momento -años antes- en el que Antonio le había regalado una alianza de oro -la que había empeñado- con el propósito de comprometerse para siempre y reafirmar su relación. "Volverás a mí -pensó convencida- y cumplirás tus promesas." 


Pilar bajo con lentitud las escaleras del sótano. Ligeros murmullos, susurros en lenguas desconocidas aleteaban el aire creando un ambiente hipnótico, monótono. Exteriormente la casa parecía normal, una de tantas. Nada hacía imaginar lo que frecuentemente escondían sus paredes. Al ser simplemente una novicia, había sido conducida a ella con los ojos vendados. En el interior del vehículo, había sentido como el ruido de los coches se amortiguada y quedaba atrás, como pasaban los minutos sin forma y como el camino se iba haciendo más abrupto. Previsiblemente, el centro de reunión se encontraba a las afueras de la ciudad, escondido. El resto de sus sentidos parecían encontrarse sobrestimulados, atentos a la más mínima percepción. Sólo le quitaron la venta cuando se encontraron en el interior de la casa, frente a la puerta conducía a la reunión.

Hacía frío. Encabezada por dos acólitos, penetró en una cámara situada al fondo de un largo pasillo. Ya se encontraban reunidas unas quince personas, la mayoría conocidas. Al igual que ella llevaban unas túnicas negras con capucha. Antes de descender, un atractivo muchacho de ojos tristes las había ido entregando a junto a un cirio negro. Mientras aguardaban la aparición de José Luis -el Oficiante- y de sus acólitos, Pilar se fijó en cada uno de los detalles de aquel cubículo. Una vieja mujer situada a la izquierda, a la que no conocía, se aproximó para explicarle todo cuanto veía. Con ropajes normales, sin su capucha, en la calle, hubiera parecido una adorable ancianita a la que cualquiera se hubiera ofrecido a cruzar la calle o recoger del suelo la bolsa de la compra que se hubiera escurrido de sus artríticas manos. En cambio, allí se parecía a las brujas de los cuentos infantiles que había leído de pequeña. Posando sus sarmentosas manos sobre ella, acariciando suavemente su hombro, fue señalando los diversos artefactos que conferían el ritual. Algunos de ellos ya le eran familiares. En la mesa que servía de altar debía extenderse la joven que serviría de víctima propiciatoria. Los antiguos altares de los rituales infernales siempre habían estado formados por seres vivos. El instinto natural era el fundamento en que ellos basaban sus expectativas. En el ara, se centraría en toda la atención de los asistentes. Una armoniosa voz -la de la anciana- le recordó el simbolismo del crucifijo fálico me encontraba sobre el altar y el de los cirios negros y blancos a cada lado. 

-Los negros -comenzó- representan la luz de Lucifer que, según las escrituras, era portador de la luz, del conocimiento, de la llama viva, del deseo ardiente, de las llamas del pozo insondable -añadió con solemnidad-. En la misa negra sólo se pueden usar cirios: de los blancos y negros. Se pueden prender tantos cirios negros como se necesiten.

Uno de los negros, de mayor tamaño, se encontraba la izquierda del ara, a la derecha, el blanco. El primero representaba el poder de las tinieblas; el otro, la hipocresía de los magos blancos y sus seguidores. Los azabache tenían la finalidad de conseguir el poder y el éxito de los participantes, empleándose para consumir los pergaminos de las bendiciones satánicas. El blanco se usaría para lograr la destrucción de los enemigos. En una mesa lateral divisó, ensimismada, una bellísima espada que, bajo la luz cobraba una tonalidad casi dorada, refulgiendo como si estuviera dotada de vida. El mango, de color amarillento, parecía de hueso. La coparticipante, a la que no pudo ver el rostro pero que reconoció por la voz, se inclinó sobre su espalda susurrándole al oído:

-El poder de la espada es una fuerza agresiva, es como una extensión plagada de intensidad del brazo que el Oficiante emplea para sus gestos. 

Durante los rituales, José Luis no era tal; investido por el poder y el respeto, era en aquellos momentos el Oficiante.
Pilar reconoció el ídolo de oro de Baphomet –también llamado Cabra Infernal, Cabrito Negro o Chivo Expiatorio- que se encontraba sobre la mesa. Una cabeza de repulsiva fealdad, con barba y cuernos en la cabeza, destacaba sobre un cuerpo deformado retorcido. La figura, representaba a los poderes de las tinieblas combinados con la potencia creadora de la cabra.
     José Luis apareció al fin, provocando un murmullo entre los asistentes. Pilar se sintió impresionada. Jamás hubiera imaginado que se presentará ante ellos con aquella aureola de poder. Bajo su túnica abierta de color rojo, se encontraba desnudo. A cada movimiento, a cada gesto, mostraba sus carnes, sus piernas, su torso, sus ingles... Su modesto pene se encontraba en semierección. Le acompañaban dos ayudantes jóvenes, en medio de los cuales iba una desnuda adolescente de apenas dieciséis años. Mientras se preparaba para la ceremonia, los acólitos tendieron a la chica sobre la mesa trapezoidal. Pilar cálculo que tendría un metro de altura por cuatro de diámetro. La doncella quedó inmóvil sobre ella. Por la mente de Pilar se cruzó el temor de que la sacrificaran realmente. Como si leyera sus pensamientos, la anciana le dijo:

-Es prácticamente imposible que el sacrificio se efectúe hasta el final -siseó. 


-¿Prácticamente? -exclamó Pilar en voz baja.

Entonces su mente quiso escapar de allí, pero no lo logró. Se encontraba en aquella situación por unos motivos concretos; fuera como fuera tenía que llegar hasta el final. No podía defraudar a José Luis. Está subyugada. Uno de los ayudantes agitó las campanillas nueve veces, girándolas en dirección contraria a las agujas del reloj, dirigiendo los toques a los cuatro puntos cardinales. Su sonido, alto y estridente, generó el silencio más absoluto en la estancia. Tradicionalmente el gesto se efectuaba al inicio de la ceremonia con el fin de purificar el ambiente de todo sonido externo, y nuevamente al finalizar el mismo para actuar como indicador de la petición conseguida. El ritual iba a comenzar. El Oficiante tomó la espada y la dirigió durante unos segundos a la figura del Baphomet; luego, apuntó con ella al norte, al sur, al este y al oeste, citando palabras extrañas que ella no logró entender del todo, pero que la estremecieron. Terminada la introducción, se dirigió hacia los congregados. Durante unos instantes interminables escrutó los rostros de todos y cada uno de ellos. Cuando fijó su mirada en Pilar, ésta sintió como si la sangre se helara en sus venas: sintió miedo, terror. Nuevamente deseó escapar. 

-¡Hermanos míos en Satanás! –declamó José Luis-. Estamos esta noche reunidos una vez más para ayudarnos y conseguir que en nuestro Señor nos apoye en lograr todos nuestros deseos y propósitos. Todos aquellos que han de realizar alguna petición -prosiguió- avancen y depositen los pergaminos con sus súplicas en manos de los acólitos.

Varias personas avanzaron. Pilar contempló el suyo, fabricado como los otros con piel de oveja en el que había expresado sus amores y sus odios. Era el medio -según explicaron- por el que el escrito podía ser consumido en el cirio blanco y ser enviado al otro mundo tras ser leído por el Oficiante. En su irracionalidad, Pilar dio un paso al frente, y luego otro, y así hasta que entregó el rollo. Al contemplar el rostro del encapuchado quedó prendada en sus ojos. Era Jaime, uno de los primeros compañeros que había conocido y que le habría apoyado amistosamente. El deseo ascendió desde sus ingles. La mirada verde le correspondió con una enigmática respuesta que no supo entender. La mesa lateral disponía ahora las peticiones, cuidadosamente colocadas. El sacerdote continuó. 

-Antes de iniciar este acto de la misa negra, ruego a todas las personas asistentes que no crean interiormente o que alberguen dudas que salgan de esta sala. Sus mentes podrían perjudicar seriamente el desarrollo y resultado de este ritual. 

Pilar pensó que una puerta se abría ante ella, pero comprendió que tal sugerencia era más que un puro formalismo que una opción real. Aunque ya no estaba segura de encontrarse preparada, no podía escapar. El Oficiante realizó una pausa teatral, haciendo gala del magnetismo con el que atraía a sus incondicionales, que esperaron con respiración entrecortada. Nadie se movió. Con voz generosa y transfigurada expresión en la que parecía haber rejuvenecido diez años, comenzó a recitar:

-¡Bendito sea Satanás, bendito sea Lucifer, bendito sea en todas las criaturas demoníacas del Averno que no es conceder su apoyo y poder desde los abismos infernales! Los creó para que fuéramos impuros y faltos hipocresía ante él, en él tenemos redención por medio de su sangre, con el perdón de todas nuestras transgresiones. Nos da a conocer su maldad para el cumplimiento de los tiempos, y mediante él nos es dada la herencia maligna que debe asolar el mundo para que resplandezca la verdad de los crímenes cometidos por los honrados y puros. ¡Gloria a Satanás! 

Los concurrentes, como accionados por un resorte invisible, encendieron sus cirios. El sacerdote se aproximó al altar. Sus ojos resplandecían ante el reflejo de las velas con un fulgor sádico, impredecible. Se inclinó para besar los pechos de la joven víctima. Ella no se resistió, sino que con un latigazo de sensaciones se arqueo ligeramente. Uno de los acólitos le entregó una copa enorme, el Cáliz del Éxtasis  Era de plata y su superficie envejecida por los años mostraba complicadas figuras talladas. No podía ser de oro -recordó Pilar-, el color estaba reservado a las religiones y el Reino de los Cielos. La copa fue colocada encima del cuerpo desnudo.

-¡Hoc est enim corpus meun! -clamó José Luis. 

Con lentitud ceremoniosa, tomó un cuchillo que había sobre la mesa lateral y procedió a rasgar la piel de uno de los senos desnudos de la drogada joven que, aparentemente, ignoraba lo que estaba sucediendo. De la limpia herida manó un hilo de sangre que fue resbalando morbosamente hasta ser recibido en el cáliz. Luego, él hizo lo mismo en su propio brazo izquierdo tras subirse las mangas de la túnica. Pequeños cortes cicatrizados evidenciaban que había repetido el acto en innumerables ocasiones. No se inmutó. Su rostro permanecía impasible. La nueva sangre fue mezclada en la copa con la anterior. La tomó con ambas manos y, sacando de la misma una especie de oblea, murmuró sobre ella unas palabras desconocidas. Se la comió. Con respeto similar al prestado a los reyes, se inició el desfile de los presentes, arrodillándose ante él para recibir la hostia impura de sus manos. Pilar no pudo evitar expresar una mueca de repugnancia ante todo lo que acababa de ver. Su psicología, por todos aquellos deberes y dolores morales, reales o imaginarios, se disgregó. Los sahumerios  alimentados con la mezcla de varias drogas alucinógenas desdoblaron lo que restaba de racionalidad y sensatez. Consciente del gesto sacrílego que iba a cometer, pero al tiempo incapaz de evitarlo, se incorporó a la fila. Por su mente pasearon los horrores que su psíquis enferma había padecido, las maneras que había utilizado para escapar de la dura realidad que era incapaz de aceptar. 

Pilar le miró, entreabrió los ojos y recibió en su lengua el producto del espanto que acababa de presenciar. Sorprendentemente, el sabor de la roja hostia blasfema era dulce, dulce como el pecado, como la venganza, como su esperanza de recuperar su amor perdido; dulce como aquellos labios que deseaba y que desde hacía años había intentado substituir inútilmente por otras bocas que no habían logrado satisfacerla. 

Pensó en su padres, en todo aquello que le enseñaron, en aquellas otras devociones olvidadas que tiempo atrás rechazó y que en ese momento quería recordar, en aquellas sutiles autotorturas mentales a las que se había expuesto. Recibía mensajes contradictorios.

Los incensarios despidieron oleadas de humo crepitante que entorpecieron aún más su consciencia. Algunos encapuchados se inclinaron sobre los braseros para inhalar con ansia los tóxicos aromas.

Sintió un calor que nacía de sus entrañas, un ardor que la hizo sudar copiosamente. Sin percatarse de lo que hacía se despojó de su túnica quedándose desnuda, como comenzaban hacerlo los demás, subyugada por la misma pasión alucinógena. Inflamada por unas pasiones irrefrenables consintió que la desdentada anciana que le había servido de instructora succionara sus pezones. Percibió sus cálidas encías desdentadas, el cómo apretaban sus pechos. Cerró los ojos. Numerosas manos comenzaron a palmear su cuerpo, ungiéndolo con un aceite caliente y viscoso que se deslizó lentamente hasta sus pies. Adormecida, entreabrió los ojos, deseando corresponder al placer proporcionado del que era centro.

Cuando se apercibió que su cuerpo estaba cubierto de sangre pensó que era suya. Al recordar una jofaina plateada se tranquilizó: entre nieblas recordó que habían sacrificado a una cabra. En los estertores de su mente adormecida quiso pedir perdón por lo que estaba haciendo, forcejeando con sus amantes anónimos.


Los ojos verdes a los que había entregado sus deseos apergaminados se plantaron ante ella. Fue penetrada brutalmente mientras que lenguas, pechos y genitales la acosaban. Con el orgasmo, el nexo con la realidad se esfumó. Con su renovado complejo de culpabilidad y afán de destrucción, se presentó con nitidez un amargo pensamiento: como si se encontrara maldita presumió que moriría pronto, que la parca la perseguiría y alcanzaría para llevarla a un lugar más horrendo que aquél. Se dejó mecer por aquellos que la rodeaban sintiéndose como una marioneta. Por primera vez, el hombre de ojos verdes fue investido con la imagen de Antonio, con los brazos de Antonio, con los besos de Antonio, con el miembro de Antonio, que fue sentido y experimentado con completa intensidad. 

El que al terminar el ritual fuera vendada de nuevo para que no supiera donde se encontraba la alivió someramente. Aún aturdida, no quiso mirar a nadie. No regresó a las reuniones y, a pesar del miedo, contra todo lo esperado, ninguno de sus componentes la buscó o se interesó por saber de ella. Por algún motivo intuía que ya no era necesaria…


La realidad o la falsedad de la secta demoníaca carecían de importancia. La validez o no del presunto rito satánico no era lo determinante. Al fallar las ayudas naturales, ¿no era lógico para ella acudir a las sobrenaturales? Para su mente enferma, transgredir aquel tabú fue demoledor, Sujeta desde su infancia a unas creencias y costumbres colectivas muy rígidas, escuchando de sus padres y abuelos terribles historias sobre la condenación; dominada por una profunda y permanente obsesión por la muerte, Pilar se perdió. Se creyó maldita, hechizada, embrujada y generadora de un proceso mortal. Un elemento nuevo había emergido: la demopatía, la creencia en los influjos demoníacos  Se había desatado en ella un proceso incontrolado de autosugestión marcado por alucinaciones tan reales como la vida. 

Se convenció de que la hostia sacrílega estaba liberando sustancias misteriosas que deterioraban su fisiología. En su nuevo universo, irreal y desfigurado, se sintió envenenada por dentro sabiendo que ya nada ni nadie podría ayudarla. 



-Te quiero Antonio -musitó Pilar con dulzura en la voz y odio en la mirada-. ¡Sabes que te quiero y que esto lo hago por nuestro bien! 

Antonio no respondió estaba amordazado con un pañuelo, atado y desnudo. 

-¿Por qué no me respondes? –interrogó ella con una sardónica sonrisa. 

Antonio quiso decir algo, suplicarle que le soltara, que le dejara en libertad, que le diría la verdad, que tuviera compasión… ¡Que dolía, que dolía mucho! Pero no se movió pues estaba amarrado y bien amarrado a las cuatro esquinas de la cama. La miró llorando, horrorizado, lleno de rabia y padecimiento; impotente, casi al borde del desvanecimiento. ¡Se sentía como un guiñapo, como un muñeco destrozado! En realidad era eso, un inmenso muñeco vivo y latiente.

Pilar, completamente desnuda, sentada al borde de la cama, le clavó lentamente hasta el fondo otro alfiler rojo junto a los tres que ya tenía entre la carne y la uña del pulgar de la mano derecha. Antonio apenas pudo retorcerse, todo su cuerpo parecía un inmenso corazón palpitante. ¡Si al menos pudiera gritar o desvanecerse del todo!

Pilar dirigió su mirada hacia el pasillo, regodeándose una vez más al ver el cadáver apuñalado de la que fuera su rival en vida. El final de su contrincante había sido rápido; la había acuchillado en el cuello nada más abrir la puerta de la villa sin dar oportunidad a los gritos. Había pillado a Antonio en una de sus frecuentes siestas y sobre él había vertido una mezcla concentrada de aquellas sustancias delirantes, inhibidoras de la voluntad que usara el Oficiante. Se había sobresaltado inicialmente, pero el efecto fue rápido, demoledor.

Como si de un inmenso muñeco de trapo, similar al que había utilizado meses atrás en sus infructuosos rituales, Antonio se encontraba inmovilizado y aseteado pacientemente por cientos de alfileres de color rojo, rojo pasión, rojo venganza, rojo muerte lenta por días de inanición, rojo sangrado por los intentos de cortarse el mismo las venas con las ataduras para acelerar el final inevitable. 

Pilar tomó un nuevo alfiler y mientras le atravesaba el glande marchito repitió lo mucho que le quería… Cuando anocheciera, a la hora sagrada, se tendería a su lado abrazándole; prendería fuego a la gasolina con la que había rociado la casa de la pareja y esperaría, no sabía muy bien cómo, a que las cenizas de ambos se entremezclaran y se dispersaran lo más lejos posible…. ¡Tal y como mandaba el propio ritual de desamor que ella misma había inventado y que solo aportaba dolor y destrucción a sí misma y a los que la rodeaban!  

martes, 19 de abril de 2016

EL AMARRE (Tercera Parte)



EL AMARRE (Tercera Parte)

Obcecada, equivocada de camino, perdida en sí misma profundiza en los tortuosos senderos de  su vació interior. Pilar se asoma a los abismos....

EL AMARRE (Tercera Parte)


       -¡Hola! -saludó Pilar al entrar en la tienda.
       -Hola, –correspondió Iris- espera un segundo. Enseguida te atiendo.
       La pitonisa estaba cobrando algunos artículos a una pareja de joviales ancianos. Mientras él pagaba, la mujer no hacía más que mirar unos pequeños pendientes de plata en forma de duendecillos. A su marido le pasó desapercibido tal capricho y ella no se atrevió a expresarlo de viva voz. Cuando se fueron, Iris se dirigió a Pilar con su habitual alegría y simpatía.
       -¿Cómo ha ido la cosa? -preguntó.
     -¡Mal, muy mal! Hice todo lo que me dijiste, punto por punto, pero no ha sucedido nada de nada -se lamentó.
      -¿Estás segura? -preguntó la dependienta con incredulidad.
     -Lo estoy -respondió seria, esperando que ella, nuevamente, le proporcionara alguna solución.
      -Desde luego, tendría que haber dado resultado, para qué te voy a decir otra cosa -sentenció echándose la mano a la boca intentando pensar algo que añadir.
      -Quiero seguir intentándolo -aseveró Pilar con mirada extrañada.
      -¿Deseas otros sortilegios?
      Pilar contesto sin dar tiempo a que su mente razonara.
      -Lo que hemos hecho es magia blanca…
      -Si, así es -respondió expectante.
     -Bien, esta vez quiero algo... ¿Cómo te diría? -fingió pensar- más fuerte, más poderoso.
      -Ya te digo que te puedo ofrecer otra serie de rituales y que...
     Pilar no la permitió terminar. Alzando ligeramente la mano para interrumpirla y negando con la cabeza añadió:
    -¡No entiendes! Quiero a otro tipo de magia más poderosa. ¿Qué tal la magia negra? -preguntó cómo si nada.
    Por primera vez desde que la conociera, vio a Iris sorprendida y con la jovialidad quebrada.
       -¡No, lo siento! -se apresuró a decir-. Nosotros no hacemos ese tipo de trabajos.
       -¿Seguro? -insistió Pilar- El dinero no sería un problema.
       -¡Desde luego que no! -repitió ella casi ofendida.
       -Entonces, ¿Puedes decirme a dónde puedo a acudir?

     -Te aconsejo que no recurras a ella. Es algo que a nosotros no nos gusta. Además, siempre termina uno cargado negativamente, se paga un precio. Lo que uno desea para los demás termina repercutiendo en nosotros mismos de una u otra manera. ¡Cuidado con lo que deseas y con los medios que eliges para conseguirlo! 
       -No has contestado a mi pregunta, ¿Conoces a alguien?
    La vidente volvió su mirada, y comprendió que de nada serviría el procurar que desistiera. ¡Cuanto antes se marchara, mejor! Sintió un escalofrío en su espalda e impulsivamente tomó una hoja de papel y escribió en ella un número de teléfono móvil.
     Pregunta por José Luis, -indicó entregándole la nota- pero no le digas que te he mandado yo. Es lo único que te pido.
     -¡Gracias!
   -No deberías dármelas, no te he hecho ningún favor -alegó convencida. Espero que sepas lo que haces. Yo no quiero saber nada, me lavo las manos. Te pido que no vuelvas…
    Cuando Pilar se marchó, Iris se arrepintió inmediatamente de haber accedido a sus deseos. "Bueno –pensó- ya es mayorcita para saber dónde se mete”.
     Efectivamente, Pilar era adulta, pero no tenía ni la menor idea de dónde se iba a meter.


    Las señales de su incipiente conversión no fueron fáciles de detectar, no incluyeron el abandonó de vida en familia, pero ya se encontraba distanciada de ella con anterioridad, no se habían cortado demasiados lazos con amigos, ya que apenas tenía. Sus cambios radicales de personalidad fueron achacados, como siempre, a su problemática personal. Su historia había sido ya demasiado compleja y cayó en nuevos comportamientos, pensamientos estrafalarios que cualquier persona en su sano juicio consideraría increíbles o incomprensibles. Las personas que recientemente habían pasado por alguna experiencia traumática dolorosa, que acumulaban ansiedad o incertidumbres intensas eran presas fáciles para la secta. Su falta de integración familiar, carácter débil e introspectivo, su desencanto hacia los demás y hacía sí misma, la carencia de afecto o comprensión junto a sus sentimientos de culpabilidad, la infelicidad y frustración la perfilaban como la candidata ideal. 


     José Luis nunca preguntó quién le había dado su teléfono, simplemente le interrogó acerca de lo que quería. Necesitada de seguridad, respuestas, fue adoctrinada básicamente en una nueva serie de valores, de propósitos y creencias sugestivas, atrayentes ante su vacío personal. El líder la convenció, le explicó que, antes de que ella se incorporara como miembro de pleno derecho, habría de aprender algunos conceptos esotéricos. La sumisión indiscutida a José Luis había sido un proceso sencillo al no ser capaz de dirigir sus propias riendas vitales. De manera retorcida, pensaba encontrar paz espiritual, felicidad y dar cumplimiento a sus deseos mediante formas distintas a las que había intentado hasta el momento: diversas religiones, psiquiatría…Tenía que romper la incertidumbre y la ansiedad con respecto al futuro. Pilar fue despojada, en cierta manera, de su pasado, cuestión que podría haber sido beneficiosa si lo hubiera hecho de buena fe y en otro contexto, pero... 


     Cuando conoció al resto de los integrantes, la simpatía les salía por los poros; todo el mundo la abrazaba y le decía que estaban contentos de que ser uniera a ellos. No comprendía las reticencias de Iris en el momento de darle aquellas referencias. Pilar se sintió aceptada, incluso amada, por primera vez en muchos años. ¡Qué fácil era en ocasiones dejarse engañar, autoengañarse por la necesidad de afecto! Se dejó convencer por halagos y voces de apoyo, sin darse cuenta de cuán falsas e impostadas eran. 



    Las semanas transcurrieron, y poco a poco los nuevos lazos emocionales establecidos con ellos fueron precipitados, profundamente irracionales y desmedidos. La confianza exagerada en aquellas personas había polarizado la desconfianza y suspicacias que sentía por el resto de la humanidad. Pilar había conocido tanto sufrimiento a causa de sus padres, trabajo, amigos, parejas y sí misma, que pronto comenzó a identificarse con los líderes de mayor de edad, proporcionándole una imagen materna o paterna aparentemente más agradables que las que había tenido realmente. Daban respuesta firme a toda pregunta, seguridad y confianza. En cierta medida, no se estaba dejando engañar. El mecanismo era mucho más complicado: estaba pidiendo a gritos que alguien le desvelara una doctrina o ideas que le ayudaran a dar sentido a su vida, que se hicieran cargo del pesado fardo que era su existencia, que se responsabilizaran de sus frustraciones, ambiciones, aspiraciones y penas. Pilar no se había planteado con sinceridad que estaba cayendo en un lugar peligroso. Creía, como si fuera una drogadicta, que lo podría controlar todo en cada momento. Interiormente se aseguraba que abandonaría el grupo cuando hubiera sacado de él lo que buscaba. El anzuelo que le habían tendido, el recuperar a Antonio: esa fue su fatalidad. Ella lo mordió con fuerza. El cruel espejismo se clavó en la boca de su ánimo y se hincó más y más cada vez que intentaba soltarse. El que de por si tuviera tendencias anoréxicas e insomnio aceleró su pesca, al no recargar sus defensas físicas y psicológicas. 



     José Luis era ensalzado con exageración, adoración. La fama de su poder y su conocimiento del mundo oscuro era capaz de cautivar a todos aquellos débiles de razón y corazón. Líder indiscutiblemente carismático, era el primero en creer, sin fisura alguna, ser un poderoso oficiante elegido por el propio Satanás. Su mente enferma y extremadamente inteligente deseaba satisfacer sus más inmediatas necesidades, justificar sus limitaciones y debilidades. El grupo se basaba en una doctrina creada por él, y presuntamente recogida y aprendida de famosos maestros iniciáticos de medio mundo. Su idea del ocultismo era de un ecléctico compendio de tendencias pseudofisosóficas que pretendía desvelar los secretos y misterios naturales. El grupo creía en el a pie juntillas, a pesar de no ser lógico o demasiado elaborado; se limitaba a una parodia de una misa cristiana en la que se ridículizaba y blasfemaba todo significado divino. Se basaba en las debilidades y aspiraciones de sus seguidores. Tocaba a todos y cada uno de ellos su fibra sensible o era expuesta de manera que coincidiera con su forma de pensar, o sentir en aquel momento preciso. Gran parte de su atractivo se basaba en el oscurantismo. Sin embargó, como cualquier otra, no soportaría un análisis racional. Todo lo nacido de las creencias emocionales era inadmisible a la razón, incluido el conflicto del Dios padre y bondadoso, su reverso positivo. Nada de ello respondía a un proceso lógico de pensamiento, ni a un orden natural, ni a una realidad palpable. En el caso de Pilar, la doctrina había llegado a su corazón acariciando su ambición, promesas de riqueza, empleo, ayudas económicas, venganza contra su madre y deseos románticos o sexuales con su amado Antonio. Traía consigo grandes problemas emocionales antes de ingresar en la secta y, por ello, comenzó a sufrir daños adicionales en su contacto con los cultos extremistas que comenzaba a controlar su personalidad e inhibir su comportamiento autónomo. Estaba perdiendo los restos de su capacidad de pensar y funcionar de un modo efectivo, había entrado con más fuerza aún en ese estado difuso de atención limitada en el que los marcos de referencia ordinarios se difuminaban con rapidez.

miércoles, 6 de abril de 2016

EL AMARRE (Segunda Parte)



EL AMARRE (Segunda parte)

Pilar, esperanzada, se dispone a cumplir sus deseos de recuperar a su amor adentrándose en un universo desconocido hasta el momento para ella.


EL AMARRE (Segunda Parte)


       El pequeño obsequio consistió en un decorativo incensario de madera con incrustaciones de latón para quemar varillas de incienso con aroma a sándalo, también incluidas. Pilar agradeció el insignificante detalle, comparado con los cerca de trescientos euros que había pagado por la consulta y los componentes para hacer el ritual de separación y  amarre.
   Pensando en la manera de llevar el ritual a cabo discretamente y no en su casa, decidió alquilar una pequeña habitación en una pensión de la calle Arenal, muy cerca de la Puerta del Sol. Consumado en su propia casa, no podía efectuar los complicados sortilegios sin que su madre preguntara. Con una pequeña maleta en la que había metido al azar algunas prendas de vestir, entró en el cuarto. Era sencillo, antiguo pero muy limpio y con baño privado. La dueña resultó ser una mujer agradable de mediana edad que, tras preguntarle cuántos días pensaba quedarse, le entregó las llaves del portal, de la pensión y de su cuarto para que entrara y saliera a su antojo. Sobre una desvencijada cómoda, fue colocando todos y cada uno de los objetos que había comprado: alfileres rojos, una pastilla de carbón vegetal, tres muñecos: uno negro, otro rosa y el amarillo; una estampa de  D. Juan de Volteo -que no  sabía quién era y del cual desconocía su historia-, esencias,  velas y sahumerios. Los contempló alternativamente, recordando cómo debía de utilizar cada uno de ellos. El sortilegio debía de llevarse a cabo comenzando en un martes. Ese tipo de trabajo era uno de los adecuados para el caso en el que hubiera tres personas involucradas en el tema amoroso; la pareja formada por Antonio y su mujer, y Pilar que disputaba el amor del primero. Debía de separarlos antes de realizar el ritual de atracción de Antonio. Ni siquiera consideró las implicaciones de tratarle como un objeto sin voluntad; las consideraciones de “obligar” a alguien a querer sin la propia iniciativa nacida del “alma”.
Se desnudó completamente y se lavó las manos con las aguas correspondientes a aquel día, nombres vagos y extraños que no significaban nada para ella pero en los que creía en esos momentos.
     La habitación no contaba con mesa de escritorio, así que depositando la lámpara en la cama, tomó la mesilla de noche y la colocó de manera que le fuera más práctico proceder. Sobre la opción elegida colocó un paño limpio de color blanco, unos de los azules, las tres figuras, los alfileres rojos y recipiente con el carbón vegetal. Ungió las velas con esencias oleosas de dudoso aroma, prendió el carbón y echó sobre él varios sahumerios que comenzaron a  humear y crepitar. Ella se percató de que el olor podía llamar la atención de alguno de los huéspedes o de la misma dueña de hostal, así que abrió la ventana -que daba a un patio interior- de par en par. Bautizó, como si fuera un sacerdote, a los tres muñecos. El negro se llamaría Elvira, el amarillo a Alberto y el rosa llevaría su nombre: Pilar. Los pasó varias veces por el humo, cada vez más denso, cada vez más crujiente a causa de las resinas inflamables. Luego, con sumo cuidado para no quemarse, pasó uno de los alfileres y lo clavó en la cabeza del muñeco que representaba a Antonio mientras recitaba la oración que le habían entregado... En un papel, sobre la tela, colocó las figuras de Elvira y Antonio juntas y la suya separada. Luego, se lavó las manos con otra de las aguas.
        De pronto cayó en el detalle de que, a la mañana siguiente, cuando la dueña entrara a hacer la habitación, ésta se encontraría de cara con toda aquella parafernalia. Explicó que deseaba que no arreglarán su cuarto, ya que sus horarios podrían ser muy irregulares; no sabía ni cuando se podía acostar o levantar. Pilar agregó que, por ello, no  supondría ningún inconveniente  asearlo ella misma. Sólo le quedó la confianza de que la mujer cumpliera su promesa y no le venciera la curiosidad. Aquella noche durmió  convencida de que los hados estaban ya trabajando, cumpliendo sus promesas mediante las ofrendas que había realizado.
 Ya miércoles, salió de compras. Convencida de que para el éxito de la operación también tendría que poner algo de su parte compró dos modelos atrevidos en una tienda  carísima. No le importó el precio; tenía que aparecer ante Antonio deslumbrante, sensual e irresistible. Su preferido estaba compuesto por un pantalón de pitillo, estampado en colores muy vivos, conjuntado con una camisa sin mangas anudada bajo el pecho, dejando ver su vientre liso y suave. Pensando que el conjunto quizá fuera demasiado veraniego para aquella época del año, pues estaba comenzando  octubre, también adquirió una sobrecamisa haciendo juego que le daba una gran facilidad de movimientos. Por la tarde visitó varias zapaterías y tras probarse más de una docena de pares, se llevó cuatro. En la pensión se probó todos los conjuntos, se contempló en el espejo, ensayando posturas y andares, poniendo al día su feminidad.
El jueves, ansiosa, repitió el mismo proceso con las aguas azules y las velas marrones. En esta ocasión, colocó el muñeco amarillo entre los otros dos y separado de ambos, tras clavar en el segundo alfiler rojo, en este caso en el corazón. Pilar soñó aquella noche que el verdadero corazón de Antonio comenzaba a inflamarse de amor por ella, sintiéndose cada vez más ajeno a su esposa.
       El viernes descubrió que su tarjeta de crédito se encontraba casi en números rojos. Decidida, fue a una casa de empeño y compra de oro, tan populares en los últimos tiempos. Ella y el dueño regatearon durante largo rato sobre el valor de una cadena de oro con un pequeño berilo, un anillo también de oro y una pulsera. No sufrió demasiado al desprenderse de aquellos recuerdos regalados por Antonio y que había conservado a lo largo del tiempo. ¡Cuándo regresara a ella obtendría muchos más! Le dieron lo suficiente para sus propósitos.
Fue a un salón de belleza. Le hicieron una limpieza de cutis que dejó su piel tersa y resplandeciente,  la manicura y pedicua, se permitió un relajante masaje corporal y se arregló el pelo de manera natural, sin complicaciones estilísticas. Hacía meses que no cuidaba tanto su imagen y, hacerlo, levantó su autoestima y su seguridad pérdidas desde el día en Antonio rompiera con ella. Al salir a la calle, la gente volvía la mirada con admiración, algunos incluso la piropearon con mayor o menor acierto y educación. Estaba hermosísima. Pensó que quizá hubiera una manera de  obtener algo de dinero de manera fácil y rápida para ir tirando...
             El sábado continuó con el ritual. Hizo lo mismo que los anteriores, pero con las últimas aguas y unas de las de color verde. Esperanzada, clavó el tercer y último alfiler en el vientre del muñeco bautizado con el nombre de Antonio y le ató al  rosa -el suyo-, con una cinta roja, dándole tres vueltas y finalizando con tres nudos. Envolvió todos los componentes con el trapo blanco, incluidos los amantes atados. 
          No había dudado ni un momento el lugar en el que debía determinar el ritual: la Casa de Campo. Sin problema alguno, salió del hostal y tomo el coche. Era noche cerrada. Durante el camino fue imaginando nuevamente todo aquello que supuestamente  había sucedido durante los días anteriores. La dependienta le había asegurado que en el plazo de una semana  su hombre se pondría en contacto con ella, regresaría a su lado con amor renovado y fogosa pasión. Cuando aparcó el vehículo y salió de el, se sintió intimidaba por la solitaria y silenciosa oscuridad. Hacía fresco. No le hubiera sobrado  alguna ligera prenda de abrigo. Paso a paso se internó entre los árboles, mirando detenidamente alguno de ellos con la predisposición de intuir cuál sería el elegido. Finalmente, se paró ante un gran pino de grueso tronco y ramas extendidas. A tientas, con la escasa luz de la luna en cuarto menguante avanzado, sacó un pequeño pico de su bolsa y comenzó a cavar con ansia bajo el árbol, buscando sus raíces. Pequeños terrores de tierra -al principio secos, más tarde húmedos- fueron amontonados a su derecha. La piqueta retumbó hasta sus hombros: había topado con una piedra. Dificultosamente la agarró por uno de sus extremos para sacarla, pero era más grande de lo que parecía. Haciendo palanca con la herramienta y una piedra de  tamaño medio  consiguió levantarla, no sin romperse algunas uñas dolorosamente.
El esfuerzo hizo que su organismo entrara en calor. Ya no sentía fresco, sudaba. No se le había ocurrido vestirse más adecuadamente para no mancharse: tal vez con unos vaqueros y unas zapatillas deportivas y no con una falda ajustada y zapatos de medio tacón. Se secó la frente con el dorso de la mano, dejando pequeños granos de tierra adheridos en ella. Colocó la bolsa en el hueco que había dejado la piedra y empujó esta hasta dónde la había encontrado. El bulto quedó completamente sepultado. Satisfecha, la cubrió con la tierra extraída. Para que no se notara que alguien ha había estado hurgando ahí, rebuscó ramitas resecas y piñas, esparciéndolas al azar sobre el suelo removido. Se quedó mirando el lugar durante unos minutos. 
 Sólo le quedaba una cosa por hacer. Tomó el muñeco negro por un extremo con la intención de prenderle fuego. La incineración debía hacerse con cerillas, no con mechero. Tuvo que de encender tres antes de que una pequeña llama amarillenta lo inflamara. Poco a poco se extendió, cuando el calor fue insoportable lo soltó y dejó que terminara de consumirse en el suelo. Un odio visceral acompañó a la destrucción de la figura; finalmente la pisó con rabia y esparció sus cenizas lo más distanciadas que pudo. El ritual había terminado.

 Pilar regresó a su casa, es decir, a casa de su madre. Ella ni siquiera preguntó dónde había estado, mi alabó la nueva imagen de su hija. Pilar, a pesar de saber cómo era, había albergado la esperanza de que ella le halagara. No fue así. Disimuló el odio y el rencor acumulados de aquella progenitora tóxica emocionalmente.
Tachando los días en el calendario con un rotulador rojo, transcurrieron las jornadas. Finalizado el tiempo previsto  no sucedió nada. Dejó transcurrir unos días más, durante los cuales comenzó a desesperar. Con ansiedad, se interrogaba si había cometido algún error al hacer el ritual o si el trabajo no había sido lo suficientemente potente. La dependienta le había advertido la lejana posibilidad de que no diera buen resultado en el caso de que los amantes hubieran hecho  algún otro trabajo que les protegiera contra la brujería. Era improbable, una posibilidad entre un millón. Sin embargo, Pilar se aferró a ella  ya que no quería reconocer que todo lo que había hecho no había servido de nada, que era un engaño. Era más fácil mentirse a sí misma y no perder el ánimo. No sabía si cabría la posibilidad de reclamar. Al fin y al cabo, no era un comercio en el que la gerencia asegurara que si un cliente no quedaba satisfecho se devolvería el dinero. Evidentemente, algo ha había salido mal. A los quince días de haber efectuado el supuesto hechizo, Antonio no había aparecido pidiéndole perdón declarándo su incondicional pasión.